La autocompasión y la renuncia del ego

¿A qué te suena la palabra autocompasión? ¿Se te viene una sensación religiosa, como palabra que repiten curas o guías espirituales? ¿Te da una idea de amor romántico a uno mismo, pero vacía y cliché? Pues creo que para muchos la palabra tiene una asociación con el compadecimiento, una idea de que si te invitan a ser autocompasivo contigo es como si te propusieran darte palmaditas en la espalda, o victimizarte y compadecerte de tu suerte. Pero la autocompasión es una noción un tanto diferente.

Tim Desmond lo define de una manera que me gusta: “Autocompasión es el reconocimiento de que no importa lo que esté pasando en nuestras vidas, nosotros somos dignos de amor”. Y esto nos lleva a celebrar y disfrutar de nosotros mismos cuando la vida va bien, pero también ser amables y perdonarnos cuando la vida está dura. Por esto nos ayuda a cuidar bien de nosotros mismos cuando la vida se encuentra con las dificultades inevitables. Se trata de una postura benevolente. Y aquí vienen las confusiones, benevolente no significa que seamos ciegos a lo que está mal para meternos en un positivismo tóxico, ni que andemos por el mundo sin reconocer nuestros actos que pueden ser cambiados o que fueron errados, y en nombre del “amor propio” lo que hagamos sea amar nuestro ego sin transformación. Benevolente simplemente como quien tiene simpatía y buena intención hacia el otro, hacia la apreciación de las obras de los otros. 

Y esto, por muchos motivos de nuestra configuración psíquica, parece que nos fuera más fácil ofrecerlo a los demás, que cultivarlo en nosotrxs mismxs. Ofrecerse a sí mismos esta calidad de buen trato, de forma incondicional y continuada, es un problema para miles de personas que sufren cada día. Con los años considero que está en el centro de los problemas de la mayoría de personas que he acompañado en psicoterapia por años. Independientemente de que sus motivos de consulta varían, en el centro, el trato hacia sí mismos está inundado de críticas destructivas, palabras violentas, exigencias con estándares inalcanzables. Muchos ni siquiera son conscientes del daño interno que se infringen, y otros hasta consideran que deben tratarse así para mejorar. Tan normalizado está.

Ofrecerse a sí mismos esta calidad de buen trato, de forma incondicional y continuada, es un problema para miles de personas que sufren cada día.

Y entonces, ¿Cómo superar esta tendencia aflictiva de la mente auto punitiva?. Kristin Neff, psicóloga estadounidense pionera en el estudio de la autocompasión, dice que tener compasión por unx mismx no es realmente diferente del proceso de tener compasión por los demás. 

Para ilustrarlo, nos invita a pensar en cómo se siente la experiencia de la compasión. Primero, para tener compasión por los demás debes notar que están sufriendo. Si ignoras a esa persona sin hogar en la calle, no puedes sentir compasión por lo difícil que es su experiencia. En segundo lugar, la compasión implica sentirse conmovido por el sufrimiento de los demás para que tu corazón responda a su dolor (la palabra compasión significa literalmente “sufrir con”). Cuando esto ocurre, se siente calidez, cariño y el deseo de ayudar a la persona que sufre de alguna manera. Tener compasión también significa ofrecer comprensión y amabilidad a los demás cuando fallan o cometen errores, en lugar de juzgarlos con dureza. Finalmente, cuando sientes compasión por otro (en lugar de mera lástima), significa que te das cuenta de que el sufrimiento, el fracaso y la imperfección son parte de la experiencia humana compartida. 

Así, una actitud autocompasiva implica actuar de la misma manera contigo mismx cuando estás pasando por un momento difícil, fallas o notas algo que no te gusta de ti. En lugar de simplemente ignorar tu dolor, te detienes para decirte: “esto es realmente difícil en este momento, ¿cómo puedo consolarme y cuidarme en este momento?” En lugar de juzgarte y criticarte sin piedad por varias insuficiencias o defectos, despliegas amabilidad y comprensión cuando te enfrentas a fallas personales; después de todo, ¿quién dijo que se suponía que eras perfectx?

Puedes tratar de cambiar de manera que te permita ser más saludable y feliz, pero esto se hace porque te preocupas por ti mismo, no porque sea inútil o inaceptable tal como es. Quizás lo más importante, tener compasión por ti mismo significa que honras y aceptas tu humanidad. Las cosas no siempre saldrán como uno quiere. Encontrarás frustraciones, ocurrirán pérdidas, cometerás errores, chocarás con tus limitaciones, no alcanzarás tus ideales. Esta es la condición humana, una realidad compartida por todos nosotros. Cuanto más abras tu corazón a esta realidad en lugar de luchar constantemente contra ella, más podrás sentir compasión por ti mismo y por todos tus semejantes en la experiencia de la vida.

Ahora bien, si bien las corrientes que promueven la autocompasión por medio del mindfulness o meditaciones de la compasión, provenientes del Budismo, buscan que el trabajo personal se dé incluyendo y cultivando la compasión, tengo la impresión de que realmente este proceso de fortalecer la capacidad compasiva y autocompasiva no va a ocurrir sin trabajar otro elemento que también se destaca en la psicología Gestalt y en el Budismo: la renuncia al ego, o lo que se llamaría en psicología, “el falso self”.

El ego es una máscara, una creación de supervivencia entendida como esa creación adaptativa para sobrevivir al dolor, llena de patrones automáticos y repeticiones. Nos dice que construimos nuestra identidad en torno a las adaptaciones aprendidas que conforman nuestras creencias sobre nosotros y el mundo, las que hemos interiorizado que nos traerían admiración, amor, aceptación de nuestras figuras parentales y entorno cercano. Nos aferramos con angustia de supervivencia de esa posibilidad de ser amados a través de esa especie de máscara identitaria que me da un lugar en el deseo y amor del otro. Por esto para mí, el proceso autocompasivo no está completo si la persona no ha atravesado por una renuncia profunda a su propia máscara e ilusión y ha dejado el espacio vacío para reencontrarse con su Verdadero Self o ser. 

Amarnos a nosotros mismos benevolentemente no nos lleva a la evolución si seguimos amando máscaras, ilusiones que hemos construido para que los demás nos amen, enmascarando que en el fondo aún no sabemos quién somos y por tanto, en realidad no amamos nuestro verdadero rostro.

La autocompasión implica ver la verdad fea también en nosotros, reconocer el sufrimiento de estar enjaulados y querer más el liberarnos que el seguir siendo admirados. 

¿Qué piensas tu? Déjame tus comentarios, conversemos. 

Con amor, Emma

Amor a otros o amor a uno mismo: ¿una dicotomía?

La cultura moderna parece convertirnos cada día en seres más individualistas. La preocupación por nuestro individualismo se ha enfatizado por filósofos y teóricos culturales. Entre algunos con postura crítica que intentan advertirnos los efectos tal vez trágicos de continuar en esta línea está el renombrado Byung-Chul Han o el sociólogo Zigmunt Bauman. Por otra parte hay otros contemporáneos defendiendo que el lugar del individuo es esencial para hacer contraposición a una sociedad que quiera meter sus narices y normas en procesos de los individuos que deben ser respetados en su libertad y dignidad.

Así es como si nos mantuviéramos en una tensión infinita sobre el lugar adecuado del individuo y de lo colectivo en una sociedad justa. Y puede que para muchos haya en el mundo actual buenos ejemplos de una sincronía entre ambos que aparentemente acabaría con la disyuntiva u oposición. Por ejemplo, el movimiento Me Too, la aparición de lo colectivo, difundido y masificado por las redes sociales, en pro de los derechos de las mujeres. Si pensamos que muchos de estos movimientos basados en diferentes causas como los derechos de la comunidad LGBTIQ, o el cambio climático, están en boga, ¿podemos afirmar que la sociedad actual es individualista? ¿Y esto, cómo tiene que ver con el llamado “amor propio”?

El individualismo es una filosofía política y social que enfatiza el valor moral del individuo y hace del individuo su centro de atención. El concepto valora la independencia y la autosuficiencia y aboga por que los intereses del individuo prevalezcan sobre los de una comunidad, estado o grupo social. El individualismo está en contra de la interferencia externa en los intereses de los individuos por parte de instituciones como los gobiernos y otros actores estatales o no estatales.

Soy hija del individualismo, nací en 1982 y he vivido en la sociedad posmoderna en donde tengo libertades a las que no estaría dispuesta a renunciar. Sin embargo, lo que hizo que volviera mis ojos recientemente sobre este tema fue pensar un poco más en la idea que es trendy hoy en día, la invitación colectiva al amor propio. La comprendo y me he unido a esta propuesta porque soy terapeuta y llevo años escuchando a personas que no saben cómo amarse a sí mismas, que incluso se odian a sí mismas. Me he atrevido en ocasiones a pensar que es la herida central de toda persona que sufre cualquier trastorno de la salud mental, o problemática en su vida. He estado convencida que estas personas deben acallar sus entornos nocivos, los entornos críticos a su alrededor. Que se debe bajar el volumen de las voces externas y demandas de la sociedad para que las personas se escuchen más a sí mismas, y puedan salir a darse un lugar en el mundo. Que la sociedad no empática, ha atentado contra todes nosotres y nos debemos el derecho de poner a los demás en su sitio, un lugar afuera de tanto daño.

Pero, la cuestión no es tan simple. No somos sujetos aislados. Mientras vamos educando a una sociedad para que sea empática y amorosa, como una utopía de cuentos de hadas, la vida continua y seguimos siendo personas en el trasegar de conexiones vinculares con los demás. No existe un sujeto psicológico que no lo sea gracias a que está sostenido afectivamente por vínculos sociales. Y como todo lo que se vuelve trendy y hasta slogan deja de tener peso y se convierte en palabra vacía, también asisto de espectadora a la inundación de mensajes marketeables de “love yourself” que acaparan hasta las camisetas de las tiendas, y que se repiten como oraciones en las redes sociales, en los captions de fotos instagrameras de chicas en la playa sonriendo en un grandioso bikini, viéndose fabulosas por ayuda de excelentes filtros.

Love yourself, no escuches la mierda de los otros. Ámate y se compasiva contigo en todo momento. Todo este es el mensaje que se repite mientras a la vez no puedes evitar querer más likes en la publicación, o ansiar ganar más seguidores para tu cuenta. ¿Paradójico?.

Buscando sobre este tema me encontré con un texto del psicólogo Erich Fromm titulado Selfisshness and Self Love (egoísmo y amor propio) publicado en el Journal of Interpersonal process. El artículo me sorprendió, primero por la “y” de su titulo: no es una cosa o la otra, algo nos propone mirar lado a lado. Y segundo, también por el autor quien vivió hace muchos años, así que rematé mi sorpresa cuando vi que es un texto de 1939. Si, ¡1939! el señor Erich Fromm ya ponía en el papel un ensayo increíble sobre el Amor propio.

Y empieza contándonos de las ideas de Calvino y Kant, dos figuras influyentes en la filosofía y el pensamiento, el primero por gestor de la reforma protestante, y el segundo por aportarnos su lógica de la razón pura. Y es que no podemos dejar de lado que en la antigüedad se sembró una semilla que hasta nuestros días nos alcanza, así nos de mucha rabia: que ser egoísta es pecado y que amar a otros es virtuoso. Y nos dice Fromm que esta idea no es solo una flagrante contradicción a las prácticas de la sociedad moderna, sino que también es contrapuesta a otro conjunto de doctrinas, las que asumieron que el impulso legítimo y más poderoso en el ser humano es su egoísmo, y que cada individuo al seguir su impulso imperativo también hace su mejor aporte al bien común. Este segundo grupo de ideas fueron las que ayudó a promover otro pensador importante de la modernidad, Nietzsche. Pero la existencia de esta ideología posterior no afectó el enorme peso que tuvieron las doctrinas iniciales, tan vinculadas al cristianismo de la época, que asociaron el egoísmo como diabólico, y el amor y servicio a los otros como la principal virtud. Y como lo sintetiza Fromm, las alternativas se nos convirtieron en una disyuntiva: o amar primero a los otros como una virtud, o amarte a ti y priorizarte como un pecado y falta moral.

Decía Calvino, en su libro Institutes of Christian Religion, citado por Fromm:

“Por tanto, ni nuestra razón ni nuestra voluntad deben predominar en nuestras deliberaciones y acciones. No somos nuestros; por tanto, no nos propongamos como nuestro fin buscar lo que puede ser conveniente para nosotros según la carne. No somos nuestros; por lo tanto, dejémonos, tanto como sea posible, olvidarnos de nosotros mismos y de todo lo que es nuestro. Por el contrario, nosotros somos de Dios; a él, pues, vivamos y muramos. Porque, como es la más devastadora pestilencia que arruina a las personas que se obedecen a sí mismas, es el único refugio de salvación no saber ni querer nada por sí mismo, sino dejarse guiar por Dios que camina delante de nosotros.“

Así nos parezcan fuertes las palabras de Calvino, no olvidemos que similares han sido las de todas las religiones, y se fueron arraigando diferentes versiones de esta premisa moral que rigió por siglos a la humanidad. Además, no solo se quedaron en el ámbito del servicio a Dios, sino a los otros como vía de purificación. El deber era con el otro, y esto incluía la familia, el amo o señor feudal, la iglesia.

Nos dice Fromm: “Pero aún más importante que la sumisión a las autoridades externas fue el hecho de que las autoridades fueron interiorizados, que el hombre se convirtió en esclavo de un amo dentro de sí mismo en lugar de uno afuera” […] “Este maestro interno condujo al individuo a un trabajo incansable y a la lucha por el éxito y virtud moral, y nunca le permitió ser él mismo y disfrutar de sí mismo. Había un espíritu de desconfianza y hostilidad dirigido no sólo contra el mundo exterior, pero también hacia uno mismo”.

Por esto, la aparición de Nietzsche y con él todo un movimiento de la modernidad que buscó centrar a la sociedad en el individuo, restituir la importancia del encuentro del hombre con su propia capacidad, quitarle el carácter de pecado a las libertades individuales, fue muy importante. Nietzsche denuncia el amor y el altruismo como expresiones de debilidad y auto-negación. Para él, la búsqueda del amor es típica de los esclavos que no pueden luchar por lo que quieren y, por lo tanto, tratan de conseguirlo a través del amor. El altruismo y el amor por la humanidad es, pues, un signo de degeneración. Y aunque esto también nos suene a un brutal egotismo, vemos en la historia de los pensamientos humanos cómo necesitamos hacer contraposición desde posturas extremas y radicales. Y aunque no toda la filosofía de Nietzsche se reduzca a esto, debemos reconocer que históricamente aportó a la sublevación contra la esclavitud de nuestra negación psicológica y auto-sacrificio.

Así que aunque en tono muy reactivo, Nietzsche compartió con el mundo su visión de que hay una contradicción entre el amor a los otros y el amor a uno mismo. Aunque en sus mismas ideas luego estuvo el núcleo para resolver esta dicotomía errada. El amor que él ataca es uno que está enraizado no en la propia fuerza, sino en la propia debilidad. “El amor al prójimo es vuestro mal amor por vosotros mismos. Huís de vosotros mismos hacia vuestro prójimo y de buena gana haríais de ello una virtud. Pero entiendo su ‘altruismo”. Afirma explícitamente: “No pueden soportarse a sí mismos y no se aman suficientemente a sí mismos.”. El individuo tiene para Nietzsche un significado enormemente grande. El individuo “fuerte“ es aquel que tiene “bondad verdadera, nobleza, grandeza de alma, que no da para recibir, que no quiere sobresalir siendo amable.”

Es decir, que el corazón de sus ideas con respecto a esto, es que el amor a otra persona solo es una virtud si viene de la fuerza interna, pero es detestable si proviene de la incapacidad básica de ser uno mismo. Hermoso, ¿no?

Bueno, y ya Fromm en 1939 nos dice que se llevan años educando a los niños con frases “Don’t be selfish” (no seas egoísta) hasta impresas en carteles en las escuelas. Así que en palabras de Fromm, esta frase “se convirtió en una de las armas ideológicas más poderosas para suprimir la espontaneidad y el libre desarrollo de la personalidad”.

Y continúa: “Bajo la presión de este eslogan se le pide a uno todos los sacrificios y la sumisión completa: sólo son objetivos “desinteresados“ los que no sirven al individuo por su propio bien, sino por el bien de alguien o algo fuera de él”. Y es sorprendente esto porque tenemos aquí la evidencia del slogan de 1930, en la sociedad en que se estaba gestando el nazismo. Y ahora, nuestra sociedad se rige por el otro eslogan: “Be yourself”, ¿otra arma ideológica poderosa para restringir los alcances de la sociedad?.

Encuentro que en el ensayo de Fromm surgen las mismas preguntas que me he venido haciendo: ¿Apoya la observación psicológica la tesis de que existe una contradicción básica y el estado de alternancia entre el amor a uno mismo y el amor a los demás? ¿Es el amor por uno mismo igual al egoísmo?, ¿hay alguna diferencia o son de hecho opuestos?

De las premisas psicológicas que se plantea Erich Fromm y analizando lo que sabemos desde la psicología humana, él concluye: “no sólo los otros, pero también nosotros mismos somos el “objeto“ de nuestros sentimientos y actitudes; la actitud hacia los demás y hacia nosotros mismos, lejos de ser contradictoria, corre básicamente paralela”. El amor por los demás y el amor por nosotros mismos no son alternativas excluyentes. Tampoco son alternativas el odio hacia los demás y el odio hacia nosotros mismos. Por el contrario, se encontrará una actitud de amor por sí mismos en aquellos que son al menos capaces de amar a los demás. El odio contra uno mismo es inseparable del odio contra los demás, incluso si en la superficie parece lo contrario.

Ahora volvamos a la actualidad. Desde 1930 hasta 2022 un mundo ha cambiado, pero estas conclusiones de Fromm no. Sabemos que los problemas de autoestima están sembrados en los vínculos primarios y los entornos cercanos, con una principal influencia de aquellas interacciones vividas en la infancia. Nos amamos porque nos han amado. No podemos separar la necesidad humana de reconocimiento y apreciación venida desde afuera. Pero el mundo agitado de hoy, y tal vez la misma naturaleza humana que conlleva una buena cuota de agresividad, han hecho que nuestra autoestima sea hoy en día a veces tan difícil de construir como un rascacielos edificado por una sola persona.

Una forma aún sutil de aversión hacia uno mismo es la tendencia a la constante
autocrítica. La autocrítica es el pan de cada día para los terapeutas. Las personas viven en sus cabezas densos juicios permanentes que torturan, y que muchas veces les hacen sentir culpables por ser como son, actuar como lo hicieron o incluso desear lo que desean. Ya Fromm en 1930 nos decía que estas personas sienten que si cometen un error, descubren algo en sí mismos que no debería ser así, su autocrítica es totalmente desproporcionada con respecto a la importancia del error o la deficiencia. Deben ser perfectos de acuerdo con sus propios estándares, o al menos lo suficientemente perfectos de acuerdo con los estándares de la gente a su alrededor para que obtengan afecto y aprobación. Si sienten que lo que hicieron fue perfecto o si logran ganarse la aprobación de otras personas, se sienten a gusto. Pero cada vez que falta esto, se sienten abrumados por un sentimiento de inferioridad reprimido de otro modo.

Y desde esta realidad que nos carcome, germen de problemas y trastornos graves de salud mental es que como un nuevo Nietzsche, light y colorido en redes sociales, nos estamos hablando unos a otros invitándonos, y por qué no decirlo, hasta presionándonos a que no nos importen los estándares externos, las voces de la sociedad, de nuestras familias o entornos. Reconocemos que hemos sufrido por estándares nocivos de los que se ha aprovechado el capitalismo y el marketing. Pero, rápidamente caemos de nuevo en la misma errada dicotomía: el otro o yo. Nos queremos proponer amarnos a nosotros mismos en una suerte de autoerotismo en donde también podemos ser bastante condescendientes con nuestras limitadas perspectivas de la vida, o nuestras formas de actuar -que ya no quieren escuchar ni una crítica más de afuera- y así quedarnos inconscientemente en la comodidad de nuestros puntos ciegos, sin evaluarnos para mejorar. Evaluarnos con amor, pero finalmente todos necesitamos crecer atravesando lo incómodo de reconocernos errados.

Es decir, que al menos lo que yo percibo, es que la consigna de amarnos a nosotros enalteciendo nuestro individualismo se materializa en el mundo contemporáneo con una negación del otro que conlleva odio y enojo hacia lo externo, y que solo puede estar siendo otro síntoma de la atadura al dolor de no haber sido bien amado y reconocido por el otro. Como el adolescente que se rebela indignado queriendo negar a su madre, pero aún necesita su aprobación. Y finalmente nunca matará a su madre dentro de sí. Lo acepta con la adultez, a veces. Tal vez veo a la sociedad dando vueltas en una adolescencia. Reclamar ese derecho a costa de negar al otro, es más de lo mismo. Y fortalecer la idea de que amarse a uno mismo es excluir la crítica -la sana crítica- y tal vez buena percepción del otro sobre nosotros, también puede dejarnos en un mundo que por respeto al individualismo y aceptación total de uno mismo, se confunda con autocomplacencia y narcisismo, que implica la retira del afecto a lo externo diferente y la concentración toda en mí. Y todo este ego proviene de una herida de autoestima.

Tal vez una sanación de esta herida que traemos de siglos, sea más una invitación a aceptar la compleja interrelación de los otros y el individuo, y a amar las posibilidades que ahí se encuentran sin negar la importancia de ninguno. Por supuesto esto llevado a la vida cotidiana, se aplicaría mejor si nos educamos para construir procesos de poner límites sanos a lo externo sin culpa, y a la vez permitirnos escuchar lo externo sin angustia por nuestra imperfección. En lo que ha fallado la sociedad es en enseñarnos a amar en tal empatía que esta disyuntiva que me hace elegir ni siquiera tuviera que existir.

Por Emma Sánchez


Referencias:

Tomadas de: Fromm, E. 1939: Selfishness and Self-Love. Journal of Interpersonal Processes.Vol. 2. pp. 507-523. Washington. https://lioncel.tripod.com/sitebuildercontent/sitebuilderfiles/frommselfishnessandselflove.pdf

Citados por Fromm: Nietzsche y Calvino. Referencias en artículo anterior.

De creernos capaces

Cuando me pongo reflexiva, que es casi todo el tiempo, pienso que lo que necesita el mundo es que le gente se crea capaz, se experimente valiosa, se valide el encuentro de un lugar en la vida, en su vida, en donde ocupe su espacio de posibilidades de creación. Me ha dolido por muchos años, desde que ejerzo el oficio de psicoterapeuta, y seguramente desde que me valoro más a mi misma, ser testiga de la realidad del mundo emocional de las personas. Estamos heridos, a veces creo que sin remedio. Y es una herida de desamor hacia nosotros mismos, cosecha de la inmadurez del amor que recibimos. Fruto de una sociedad que no ha aprendido a amar.

Y esta herida no se cura de fondo y completamente, con frases motivacionales, conferencias de speakers coaches, y ni si quiera (aunque suene fuerte decirlo) con el incansable trabajo sesión tras sesión de los terapeutas. Esta herida está sembrada en la sociedad y el terreno de malos sistemas económicos y educativos, patriarcales y violentos ha ido dejando que la plaga del mal amor se esparza al igual que un virus.

A veces, cuando me pongo poética, que es frecuente, pienso que tal vez este es un viaje de la experiencia de ser humano que no puede borrarse, un camino del sendero que no puede, ni debe evitarse. Me pregunto si los terapeutas y demás encargados de la salud mental no estaremos dejando de ver algún punto en el que nos volvemos cómplices de la magnificación del terror colectivo ante la experiencia humana de la “no suficiencia”, o de los vericuetos y descensos de la autoestima, que hasta cierto punto son necesarios para crecer. Si, al darle tanta preponderancia en nuestros discursos que se han viralizado con el término cliché de “amor propio”, estaremos contribuyendo a darle un estatus de trauma a un proceso natural que en el camino de maduración y desarrollo de la vida adulta, muchos de nosotros vamos resolviendo, y que es bueno que sea a nuestro propio ritmo. Y el transito por este nos lleva a un siguiente nivel de evolución, como cuando pasamos de la dificultad de gatear a pararnos en las dos piernas y caminar. Me pregunto si en vez de acompañar desde la tranquilidad, estamos volcando angustias y empeños de transformación a la fuerza.

Tal vez es un poco de lo uno y de lo otro. La sociedad está aprendiendo a permitirse el amor y eso ha costado la reverberación del odio, pero también vamos saliendo entre movimientos sociales y activismos, poco a poco del fango más fortalecidxs y clarxs, mas resistentes y autónomxs. Nos vamos acompañando en grupos y colectividades. Nos vamos educando en salud mental y demás. Solo espero que el trending topic del “amor propio” no termine por imponernos más peso, decorarnos máscaras o enaltecer un individualismo extremo como único lugar seguro para refugiarse.

Por Emma Sánchez

Photo by Serkan Gu00f

Tu voz interior es también la voz familiar

La historia de la familia, las luchas, miedos, dolores y creencias de supervivencia de nuestros ancestros han construido las narrativas familiares con respecto a la supervivencia, lo bueno, lo malo, lo admirable, lo esperado, lo rechazado… y habitan en el interior de nuestra mente como el mapa de ruta que nos traza el camino y los peligros de un territorio inexplorado, el de la vida.

Por esto si no te preguntas sobre las creencias de tu familia y haces un esfuerzo por comprender la historia desde la que esas creencias se han establecido, será más difícil que desarrolles una postura crítica o reflexiva sobre las creencias que se deslizan en cada conversación familiar y que rotan de boca en boca como un pan caliente.

Qué es una creencia?

Una creencia es una idea o pensamiento que se asume como verdadero. Las creencias son estados de pensamiento que muestran la actitud o disposición ante una proposición, que pueden ser por ejemplo una experiencia, otra idea, un hecho. En nuestras creencias están escritas las formas cómo interpretamos la realidad. No existimos sin tener algunas creencias, algunas de ellas puede que sean formadas y consolidadas después de una análisis crítico, pero definitivamente muchísimas provienen de creencias aprendidas, internalizadas y repetidas por nosotros sin el detenimiento para considerarlas.

El filósofo Frank P. Ramsey propone una metáfora para indicar cómo podemos entender lo que son las creencias en su relación con lo real. Decía que son como un mapa grabado en nuestro sistema, como en el ADN, o en determinados aprendizajes, y que nos guían o nos orientan en el mundo para encontrar la satisfacción de nuestras necesidades. Tales mapas no dicen “lo que son las cosas”, sino que muestran formas de conducta adecuadas a la satisfacción de las propias necesidades en el campo del mundo percibido en la experiencia.

Las creencias nos sirven para elegir nuestras conductas, tomar decisiones de acuerdo a lo que consideramos probable, correcto o verdadero. Tal vez no existen personas sin creencias y todos tenemos una serie de ellas. Es más, a ellas hacemos alusión cuando hablamos de nuestra personalidad, valores, o nos presentamos ante otras personas.

No es mi interés satanizar las creencias, pero sí poner el foco en que las creencias familiares además no son meras ideas y asuntos de pensamiento, sino que están atravesados por las emociones. Sentimos nuestras creencias. Las vivimos con la piel y las vísceras. E incluso podemos pensar que ellas causan actos de gran coraje y valentía, como actos impulsivos y violentos.

Ahora, si en la familia las creencias han pasado de generación en generación como una forma de interpretar la realidad y decirnos cómo debemos actuar ante ella, pues revisar las creencias en nuestra vida adulta se convierte en un acto de libertad, autodeterminación e individuación necesario para la salud mental y el autoconocimiento de la persona adulta.

Qué hacer para identificar las creencias familiares?

Hazte preguntas sobre las creencias de tu familia. Y estas las puedes identificar al pensar cuáles son las narrativas, las historias contadas, lo que se opina o se dice (o se decía cuando eras pequeña) en casa. Puedes elegir temas diferentes: amor, dinero, belleza, éxito, fracaso, profesiones a elegir, religión a profesar, tipo de mujer u hombre que se debe ser, familia, amigos, emociones, etc.

Sobre cualquier tema que desees revisar en tu vida, a la par que te preguntas por tu voz interna y tus creencias, crea las conexiones con la voz de tu familia. ¿Esto que me digo a mi misma, quién me lo dijo? ¿Esta es la voz de quién?

Solo así, con paciencia, curiosidad y ojalá apoyada de la escritura para anotar tus descubrimientos de autoconocimiento, o acompañada de un terapeuta, podrás ir revisando tu mapa de creencias, actualizándolo de acuerdo a tu experiencia propia y el ser individual que eres, y transformando tu ruta de viaje en la vida.

Por Emma Sánchez

Photo by fauxels on Pexels.com

Por qué tenemos un Crítico interior

Las voces interiores hacen parte de lo que llamamos Comunicación intrapersonal. Tanto a manera de Self-Talk (auto-charla) o a formar de Diálogo interno entre partes de nuestro ser, la verdad es que las personas estamos teniendo diariamente una conversación con nosotros mismos de una forma constante. Estas narrativa y diálogos interiores son muy importantes para nuestra psicología.

Puedes ver mi video en Youtube

La voz interior crítica puede considerarse como el lenguaje de un proceso defensivo que ocurre en el interior de la persona. Se ha definido como un sistema integrado de pensamientos y actitudes, opositoras hacia uno mismo y hostiles hacia los demás, que está en el centro del comportamiento desregulado de una persona. El concepto de “voz” no se restringe a los procesos cognitivos sino que generalmente se asocia con diversos grados de emociones como la ira y la tristeza. El término “voz” se utiliza para describir una forma de comunicación intrapsíquica que representa una división dentro del individuo entre las fuerzas que afirman la vida y las que son antagónicas al yo. “Escuchar” la voz, es decir, creer en sus prescripciones. y las prohibiciones de esta voz conducen a un comportamiento autolimitante y a consecuencias negativas. En otras palabras, las personas a menudo hacen que sus acciones se correspondan con los autoataques de su voz interna.

Ahora bien, las formas de autocrítica pueden separarse en dos componentes relacionados con: ser autocrítico, detenerse en los errores y sentirse inadecuado; y un segundo componente de querer lastimarse a uno mismo y sentir disgusto/odio hacia uno mismo.

Photo by Claudia Barbosa on Pexels.com

Cuáles son las funciones de la autocrítica?

Las razones/funciones de la autocrítica se han separado en dos componentes. Uno esta relacionado con los deseos de tratar de mejorar (llamado auto-mejora/corrección), y el otro con los deseos de vengarse, dañarse o lastimarse a sí mismo por fallas cometidas (llamado auto-dañarse/acosarse). Los análisis de es comportamiento nos muestran que querer dañarse a sí mismo puede ser particularmente patógeno y se genera por los efectos de odiarse a sí mismo y ser incapaz de tranquilizarse y centrarse en los aspectos positivos de uno. Conclusiones. La autocrítica no es un proceso único, sino que tiene diferentes formas, funciones y emociones subyacentes

Algunos investigadores* han encontrado que el grado de autocrítica en la infancia es un predictor del ajuste posterior. Y que la autocrítica se asocia con riesgo de depresión y malas relaciones interpersonales.

La autocrítica se asocia con sentimientos de subordinación e inferioridad y malas relaciones afiliativas con los demás. Los pensamientos y sentimientos de autocrítica pueden verse como formas de “acoso interno” que son estresantes.

La gente se refiere a su propia autocrítica como “una voz interior”, y de hecho creemos que esta no es una experiencia poco común para algunas personas. Tales experiencias de autocrítica plantean la proposición de que debe haber una parte del yo que ‘hace’ la crítica y otra parte que ‘responde’ a ella, es decir, una interacción entre diferentes aspectos del yo . Los terapeutas de la Gestalt se han referido a esto como topdog-underdog. Los psicopatólogos evolutivos han sugerido tres proposiciones importantes que pueden iluminar tal relación. En primer lugar, los seres humanos han desarrollado competencias específicas para ser capaces de aprender, comprender y representar roles sociales (por ejemplo, de apego, amigo-enemigo, dominante-subordinado o sexual). En segundo lugar, estas competencias funcionan a través de sistemas cerebrales especializados y pueden verse afectados por hormonas y neurotransmisores específicos. En tercer lugar, las competencias de formación de roles que evolucionaron para coordinar roles sociales con otros externos pueden reclutarse para autoevaluaciones y pueden competir entre sí. Por lo tanto, por ejemplo, las competencias y comportamientos para dominar hostilmente a otros (asociados con la vigilancia de las violaciones de los subordinados, menospreciar a otros y lanzar amenazas), y aquellos para actuar como un subordinado amenazado (cumplimiento temeroso, apaciguamiento, sumisión y escape) pueden interactuar a nivel subjetivo (de uno mismo a uno mismo)

Existe evidencia clínica de que una relación de sí mismo dominante-subordinado puede, de hecho, ser actuada internamente (por ejemplo, con una parte del yo emitiendo amenazas y humillaciones vergonzosas mientras que otra parte del yo se somete y se siente golpeada).

Se ha demostrado que las autoevaluaciones y los sentimientos se derivan de esquemas interpersonales o relacionales interiorizados. Es decir que podemos asegurar que nuestras voces internas o ese monólogo interno que te acompaña no es tan tuyo como crees, es también la voz interna familiar y la voz (no tan interna) social.

Se ha visto que la autocondena o autocastigo tiene diferentes funciones, por ejemplo autocorregirse, protegerse de futuros errores y mantener los estándares, o despertar simpatía. También la autoinculpación y las autocríticas podrían surgir de los esfuerzos para tratar de mejorarse uno mismo y prevenir errores, de la frustración (un ataque contra uno mismo) o del odio hacia uno mismo. También podría ser una forma de evitar que el yo tome riesgos y mantenerlo en una posición subordinada.

Las formas y funciones del autoataque pueden reflejar (y adaptarse a partir de) competencias evolucionadas que regulan las relaciones externas que tenemos socialmente. Por ejemplo, los animales dominantes atacan y amenazan a los subordinados para obligarlos a comportarse de cierta manera; es decir, cumplir. En los animales, los ataques están diseñados para estresar a los subordinados y mantenerlos en un “estado de ánimo subordinado”. Los padres pueden amenazar a sus hijos y castigarlos por errores o por “no esforzarse lo suficiente”. Pueden amenazar al niño señalando pérdidas, p. ‘Si no hace ‘‘X’’ o tiene éxito en ‘‘Y’’ nadie lo admirará; “no te vas a llevar bien en el mundo”. Aquí, las amenazas y los ataques se utilizan para regular el comportamiento del niño (fomentar el cumplimiento), pero un padre puede afirmar que esto es por su propio bien (el del niño), de hecho suele hacerlo. Las personas que internalizan esta forma de autorregulación (dominante-subordinado) pueden decir que el autoataque y el castigo están dirigidos a corregir su propio comportamiento (‘Soy autocrítico para dejar de cometer errores’ o ‘por mi propio bien’), como un padre podría decirle a un niño. Es para evitar que sucedan cosas malas, siendo obedientes.

Aunque el autoataque suele activarse cuando las personas sienten que han fallado en tareas importantes, o si las cosas van mal, una respuesta alternativa al fracaso podría ser el apoyo propio o la compasión por uno mismo, para centrarse en lo que uno puede hacer para tratar de tranquilizarse a sí mismo, enfocándose en los aspectos positivos de uno y afrontando/resistiendo activamente. A esto se le llamó resiliencia y se ha encontrado por ejemplo que no importa cuán dura sea la autocrítica, los estudiantes con baja autocrítica tienen más resiliencia y pueden defenderse de sus propias críticas. Se cree que un niño adopta estas respuestas tranquilizadoras (en parte) a partir de cómo los padres se han comportado con él (cariñosos y no avergonzándolo) en momentos de fracaso y decepción; es decir, a través de la calidez y el afecto en las primeras relaciones.

Pero atacarse a sí mismo o a los demás no implica necesariamente un rechazo o un deseo de dañarse o destruirse a sí mismo o a los demás. Por lo tanto, también hay que explorar con más detalle las creencias de las personas sobre las funciones de su propio autoataque; es decir, lo que las personas ven como la(s) razón(es) para criticarse o atacarse a sí mismos, y cómo las justifican. Es decir para algunas personas las razones y funciones de la autocrítica/ataque son para la autocorrección, mientras que para otras, están dirigidas a dañarse a uno mismo, sentir disgusto y querer rechazar y deshacerse de partes del yo, es decir, partes del yo que se han vuelto como un ‘enemigo interno’.

Por Emma Sánchez

Referencias:

  • Piotr K. Oleś et. al. Types of Inner Dialogues and Functions of Self-Talk: Comparisons and Implications. Front. Psychol., 06 March 2020 | https://doi.org/10.3389/fpsyg.2020.00227
  • Gilbert. P. et. al. (2004) Criticizing and reassuring oneself: An exploration of forms, styles and reasons in female students. British Journal of Clinical Psychology (2004), 43, 31–50

Qué exactamente se hace en una sesión de Arte Terapia

Aunque cada vez son más las personas que conocen la Arteterapia, aún es un modelo de terapia que no es masivamente reconocido y por tanto deja inquietudes o puede producir malos entendidos. Así que me parece importante señalar de modo simple, qué exactamente se hace en una sesión de Arte terapia.

Desde hace poco más de un siglo, a principios de 1900, Sigmund Freud empezó a expresar la importancia de lo que llamó Talk Therapy (terapia de conversación) para sanar los problemas emocionales y mentales de las personas. Instauró además un método en donde esta “cura por la palabra” se llevaba a cabo de una forma en que el analista callaba mientras el paciente hablaba, usualmente acostado en un diván y sin mirar a la cara de su psicoanalista. Esta imagen se volvió icónica y muchas personas la tienen en su cabeza al pensar en acudir a un proceso psicoanalítico. Luego esta idea se fue sustituyendo por la imagen de paciente y terapeuta hablando cara a cara, uno en un sillón y otro en una poltrona (usualmente el terapeuta), o en dos poltronas de igual a igual, como es el caso en las terapias más actuales. Este cambio obedeció a que se hicieron populares otro tipo de terapias diferentes a las psicoanalíticas, las cuales no trabajaban con el diván, ni el terapeuta guardaba silencio, sino que se fomentó y estudió por muchos años (hasta hoy) el uso de la conversación terapéutica, como herramienta que bien usada por un profesional experto y entrenado, se demostró que ayuda a que las personas sanen heridas emocionales, transformen sus vidas, profundicen en su autoconocimiento. Hoy en día, es esta la idea e imagen que se tiene cuando se piensa en acudir a un terapeuta.

Por esto cuando piensas en ir a terapia, no se te ocurre pensar en ir a un espacio que parezca un taller de clases de arte como el que tenías en tu colegio, o a bailar, actuar, hacer música o cerámica. Sin embargo, después de la segunda guerra mundial, en Europa nacieron las terapias de Artes Expresivas. Las cuales usaron diferentes expresiones y medios artísticos para ayudar a sanar a excombatientes de los traumas de guerra. Fue el británico Adrian Hill quien acuñó el término Arteterapia en 1942, después de que él mismo probara el arte en su recuperación, y desde 1940 trabajara en un hospital con heridos de guerra.

Así que ochenta años después, aunque ya se han formado asociaciones mundiales de arteterapia, y en países como el mismo Reino Unido, esta disciplina hace parte de las profesiones acreditadas de salud, las terapias expresivas terapéuticas luchan aún por mostrarle a las personas que hay otra forma de sanar, que si bien no excluye la palabra y por supuesto la conversación con el terapeuta, sí le apuesta a propiciar el proceso creativo, y por esto en una sesión de Arteterapia se destina un tiempo muy importante de la sesión al ejercicio de hacer arte creativo, libre e intuitivo. No se enseñan técnicas artísticas ni se da una clase de arte, sino que se fomenta la creación que resultará de material de introspección y autodescubrimiento.

Photo by Taryn Elliott on Pexels.com

Si dividimos una sesión de arteterapia en ciertas fases, lo que se realiza en una sesión tiene las siguientes características:

  1. Check-in: Este es un momento de pausa para conectar con el estado emocional de la persona que consulta. Hablamos sobre cómo se siente, si ha pasado algo nuevo que debamos conocer para el proceso, o permitimos un aterrizaje de la persona en la sesión. A partir de este momento definimos cuál es la intención que la persona trae para esta sesión, y pueden haber ajustes para el resto de lo que vendrá en el tiempo de consulta.
  2. Momento de respiración y grounding: No todos los arteterapeutas utilizan la respiración o el mindfulness, pero a mí personalmente me parece que en todas o casi todas las sesiones, es importante invitar por un momento breve a la consciencia del cuerpo, la respiración y propiciar la quietud y la calma. También porque en este momento pueden introducirse elementos de visualización de lo que se trabajará seguidamente en la parte de la creación artística, y así resulta ofreciendo el ambiente emocional adecuado para iniciar la parte activa.
  3. Parte de creación de arte: Puede pasar de diferentes formas, dependiendo de los objetivos del tratamiento, qué le sucede a la persona, qué materiales hay disponibles. Primero hay un tipo de creación de arte desestructurado. El cliente lidera qué quiere hacer, y se permite elegir, por lo que es más auto dirigido y abierto. El otro tipo es hacer arte estructurado, el cual es más dirigido por el arteterapeuta. Éste da consignas u ofrece una guía dando al cliente alguna dirección acerca de lo que podría hacer. Sin embargo, el consultante siempre también decide. Solo se va explorando y permitiendo que la persona se explore. Cada actividad es elegida de acuerdo a las necesidades del consultante, su historia, su experiencia previa, etc. Todo esto se considera. Durante esta parte el arteterapeuta puede estarle ayudando a la persona, o dándote espacio en silencio, o se puede hablar si la persona lo necesita y lo propicia. Siempre dependerá de qué es lo más terapéutico para esa persona en ese momento.
  4. Discusión o Proceso verbal: Esta parte es muy importante para integrar lo que ha surgido en el proceso. Sin ella sería difícil para las personas sentir que están en control de lo que pasó, o ganar alguna perspectiva sobre su situación. Usamos el trabajo de arte como metáfora para encontrar nuevas soluciones. Esta parte también puede ser desestructurada o estructurada. Pueden haber preguntas del terapeuta o simplemente hablar y expresar pensamientos y sentimientos. Se puede hablar acerca de la obra, o acerca de cómo la hizo, o los sentimientos que surgieron, depende de lo que necesite la persona.
  5. Cierre: En esta parte el terapeuta puede ayudar a crear un cierre, y transición entre la sesión de arteterapia y la vida real. A veces se hacen rituales o se preguntan sobre las sesiones, qué viene en adelante, o qué quisiera hacer antes de la siguiente sesión. También pueden haber rituales físicos como hacer algún check-in físico o ejercicio de movimiento.

Estos son los cinco momentos o fases de una sesión de arteterapia. Así que si te interesa este probar este tipo de terapia, tanto online como presencial en el consultorio/taller de un arteterapeuta, ya sabes que la próxima vez que pienses en ir a terapia, no necesariamente se tratará de hablar y hablar durante horas. Puede que descubras que untándote las manos y moviéndolas para crear, te conoces más y lo pasas mejor.

Por Emma Sánchez

Lo que me ha pasado al no tener redes sociales en mi teléfono móvil

No soy detractora de tener redes sociales, pero me cansé de observar mi propia adicción en aumento y constatar las tendencias vacías o superficiales a las que nos puede arrastrar un grupo de grandes compañías de tecnología. La relación del hombre con la máquina tiene una psicología importante que hay que estudiar y también difundir. En especial cuando hablamos de una maquinita fascinante y cada vez más novedosa que llevamos todo el tiempo en el bolsillo, en la mano, ubicamos todas las noches junto a la cama, y tenemos casi todo el día frente a los ojos: el teléfono móvil.

A medida que avanzo en edad obtengo más consciencia y terrible claridad sobre la importancia del tiempo en la vida. Un tiempo destinado a una actividad le roba tiempo a otra. Y he sentido que tal como el dinero, el presupuesto de tiempo con el que tenemos que lidiar todos los días a veces se nos sale de control, y luego nos vemos sin nada y acumulando una deuda de tiempo (actividades por hacer) que nos desespera. Pero no solo se trata del tiempo de actividades por hacer, también de las actividades que corresponden a sueños que quisimos ver cumplidos y que por estar con este desorden de tiempo que no alcanza para nada, entonces nunca vas a iniciar y no vas a verlos realizarse. Así mismo, el tren bala del tiempo pasa por sobre tus espacios para vínculos y de manera preocupante aplasta los de tu autocuidado emocional. Todo lo demás se vuelve más urgente y para nada hay mucho tiempo, ni siquiera para ti.

De lo que si soy adversaria es de un sistema social que nos deja cada vez más pasivos. Una vez le dije en chiste a mi madre que por qué no me dejó nunca tener televisión en mi habitación, y por qué alguna vez me decomisó un videojuego y nunca más lo volví a ver. A lo que ella respondió sonriente: “Y gracias a eso es que sos tan creativa”. Doy tantas gracias a mi madre por comprarme libros a montones, papeles y libretas para dibujar, materiales, música, instrumentos, muñecos que me obligaban a construir fantasías e historias. Que protegió mi espacio llenándolo de estímulos a la curiosidad y la invención. Así a ella le costara teléfonos de cable que quise volver inalámbricos, y paredes que pinté, y juguetes que destrocé. También vi televisión, pero ya en mí se había sembrado el deseo de invertir ese tiempo viendo algo bueno, y recuerdo que eso hizo que no fuera una adolescente tan adicta a las comedias con risas pregrabadas de mi época.

Las redes sociales de hoy no son tan controlables como elegir no ubicar el televisor en una habitación. Y así llevamos más de una década de dedicación cada vez mayor de nuestro tiempo, sentidos corporales, mente y emociones al mundo virtual que se proyecta en esa pantalla que cargamos con nosotros como el anexo del brazo.

He tenido una incomodidad desde hace rato con esto. La niña que fui a veces me quiere jalar de los pelos para que presté atención a las increíbles posibilidades de juego, creatividad, cultivo de la inteligencia y del cuerpo que hay aquí afuera, pero la adicción (Sí, eso es lo que se ha demostrado que nos causan las redes sociales a nivel cerebral) es más fuerte. Se ha visto que los likes nos activan el sistema de la dopamina en el cuerpo, que básicamente nos lo despierta cualquier sustancia o actividad o pensamiento que nos causa una gratificación o placer inmediato. Y cuando caen estos niveles químicos queremos más, más y más. Más de ese pastel de chocolate, más de ese pase de cocaína, más de esos likes o imágenes o videos de entretenimiento con gente haciéndose de comediante, bailarín o influencer.

Está demostrado en el mundo que a pesar de que millones de personas reportan haberse sentido mal en su autoestima, ansiedad o tristeza al entrar a redes sociales, aún así lo siguen haciendo. ¿Y por qué nos hace sentir mal?, porque se convirtió ya no solo en un lugar virtual al que vas a encontrarte con tus amigos cercanos para tener una conversación, sino una pasarela de vidas ficcionadas, guionizadas, y retocadas que te embelesan e incrementan tu comparación social. Se ha hablado incluso del Síndrome del FOMO (Fear of missing out) en el que entras compulsivamente a las redes pues quieres verificar que no te estés perdiendo nada interesante o importante (noticias, eventos, lo que están haciendo tus conocidos, etc).

Son muchas las razones personales, a las que sumaría mi diferencia ética con Mark Zuckerberg y mi sensación de frustración de que proyectos personales que requieren esfuerzo y dedicación marchen tan lento porque en el día pasé 3 horas en Instagram (sí, ese fue mi promedio por al menos los últimos 3 o 4 años). Multipliquemos aunque sea fastidioso: 3 por día, son 21 por semana (y eso que el fin de semana subían mis cifras), que son 84 horas al mes, que son 1.008 horas al año. Lo que son 42 días completos de 24 horas. Si le descontaras las horas en que duermes y dejaras solo las horas normalmente productivas, esto te da más de 100 días productivos que tiraste al traste durante un año. Ahora sí se siente más el impacto. 3 meses de tu año hubieran podido estar llenos de horas de creación de ideas o proyectos emocionantes, de introducción de conocimientos que te impulsen, de ocio y tiempo libre que te ofrezca relajación, salud mental o destrezas nuevas.

¿Y qué pasa con los que somos emprendedores digitales? me dirán. Pues esa fue la trampa en la que yo también caí. Pensar que porque parte de mi negocio estaba en Instagram y yo debía llegarle a nueva audiencia o clientes, tenía además que ser como un robot contratado de Community Manager, estar ahí pendiente en tiempo real de cada comentario, mensaje, like, opinión. Y además, los que diseñan estas redes nos la están cobrando a los emprendedores digitales poniéndonos cada vez algoritmos más complejos y que nos lleven a pagar más en publicidad y a entregar gratis todas nuestras ideas, creaciones de los artistas, vida privada a la audiencia, y hasta tenemos que convertirnos en bailarines de Reels o dedicarnos a la fonomímica graciosa.

¡Me cansé! Y decidí tomar cartas en el asunto. La niña sabia que hay en mi, y la adolescente que le gustaba tener tiempo para filosofar y leer, me jalaron las orejas. ¡Qué paradójico que mis versiones juveniles fueran más sabias que la mujer de 40! -al menos en lo que a esto respecta-.

Eliminé mi cuenta de Facebook. Me salí de Whatsapp y migré a Telegram. Ya les dije que por razones políticas. No tengo Tik Tok y por supuesto no soy de la época de Snapchat, pero si tu eres de esa época salte de ahí pronto. A Twitter lo veo por navegador, como no más de 5 minutos al día. ¿Y qué hacer con Instagram?, que es donde tengo varias cuentas, y algunas con miles de seguidores.

Bueno, estoy poniendo a prueba las mentiras que me he metido sobre los canales en los que puedo exponer mi trabajo, mis ideas, o por los que llegan mi futuros clientes.

Para empezar, eliminé la app de Instagram del teléfono móvil (en Colombia le decimos celular. No sé porqué). Y ya que los diseñadores de Instagram pueden ganarse un premio a la gente más astuta del planeta, pues sabemos que por el navegador no podemos tener acceso a muchas funciones que si realizas por la app, me quedé con la app desde el ipad. Mi celular no tiene ninguna red social hoy, solo Telegram que es más una red de mensajería instantánea, y no más.

¿Qué pude observar que pasaba conmigo?

Extendía el brazo al teléfono constantemente como movida por un impulso de hacer algo aparentemente muy importante. Entraba en automático y cuando me daba cuenta estaba buscando la app y recordándome que ya no la tengo ahí. Y esto me ayudaba a detenerme. Hice la investigación conmigo misma preguntándome: ¿Para qué necesitas entrar a Instagram? ¿Es eso una necesidad o el antojo de la adicción? ¿Es necesario que entres en este momento o lo que vas a hacer puede esperar?

Teniendo el ipad más de lejos, me daba tiempo para responderme esto. ¿Y qué me respondí el 95% de las veces? que los motivos que nos damos para entrar suelen ser: A. “que voy a ver si me han escrito, comentado o cómo van los likes de mis posts”, o B. “que quiero chismear que hay de nuevo, qué ha puesto la gente… no sé”. Luego, me daba cuenta que la tal “necesidad” no era necesidad porque incluso si había mensajes, nada suele ser urgente ahí. Lo que me llevaba a responder la tercera pregunta: perfectamente puedo entrar un momento al medio día o al final del día. Ni el mundo se habrá acabado ni yo me habré acabado para el mundo. Nadie me extrañará ahí, porque saben qué, como muchos ya lo dicen, en realidad Instagram no es tan “red social” como nos quiere hacer creer. No en el sentido de lo que una comunidad bien vinculada es.

Tuve incluso la experiencia de ir a un festival un fin de semana y querer grabar unos videos con mi teléfono y hacerlo para mi, no para subirlo a historias, ¡y nada se perdió! Y tuve también la experiencia de ir a la naturaleza, tomarme fotos y hacer videos que quedaron para mi en mi teléfono y nadie tuvo que saberlo en una historia de fin de semana. Por supuesto que no es la primera vez que me guardo muchas cosas para mí, pero se sentía raro ni siquiera tener la opción en el teléfono.

Como si me estuviera recuperando de una adicción, a veces quiero recaer, y se me vienen pequeñas ideas de que estaría más divertida o entretenida en este instante si abro Instagram y esto lo cuento más bien en historias. Pero luego sé que es falso. Estoy feliz de escribir en mi blog, de estar escribiendo mi proyecto de libro, de entrar solo cuando tengo algo relevante que postear, de dedicarle solo 30 minutos de mi día, o a veces menos, y ver de forma específica los últimos posts de las cuentas que realmente sé que son más relevantes para mi.

Tengo más placer y paz a largo plazo si soy dueña de mi vida, la creadora de mi creación. No la esclava adicta de una industria de la que no saco -verdaderamente- nada. Lo que me aporta en mi vida está fuera del móvil, y yo he decidido volver a estar fuera de ese lugar.

Emma Sánchez

Darnos permiso

Darnos permiso de hacer cosas solo porque se sienten bien. Por ninguna otra razón. Con ninguna otra utilidad. ¿Por qué a muchos les parece una perdida de tiempo?

No me gustan muchas cosas del mundo en que vivo. La que más me parece indignante es la cultura de la productividad. La carrera a contrarreloj en que se nos ha convertido la vida. El deseo incansable de escalar, la narrativa omnipresente de que debes llegar más lejos, siempre más lejos. Me incluyo en ese nosotros aunque he hecho todo lo posible para salirme de ese esquema.

¿Qué cosas he hecho para construir un estilo de vida en donde la cultura del afán por la productividad y la carrera al éxito no me alcancen?

He buscado construir una forma de trabajar en la que pueda organizar mi tiempo. Esto ha supuesto que sea independiente o acepte solo contratos freelance o por horas.

He organizado mi vida de tal manera en que cada día tenga espacio para mis hobbies: leer, escribir, dibujar o pintar, ver cine, aprender, respirar, sacar a mi perro al parque y conectar con la naturaleza. Es decir que tengo establecido que 2 horas en la mañana y 4 horas en la noche (de 6.30 a 10:30 p.m.) son para esta área de mi vida. Seis horas diarias de creatividad, relajación, diversión, inspiración, introspección, motivación y conexión con lo que me aporta valor.

Mi vida está llena de actividades que me dan placer, que mueven mi curiosidad intelectual, que me permiten inspirarme y aportan a mis ideales y a mi sentido estético de la vida. Solo así, yo como sujeto social puedo servir y ser útil a mi comunidad.

Pero esta vida que yo he organizado no se la pueden -o se la saben- dar muchas personas. Además, tampoco pienso que todos deban vivir exactamente como yo, lo que creo es que (y lo he visto siendo terapeuta) las personas pasan todas las horas de su día consciente, corriendo o extenuados. Y esto impacta tan negativamente su salud mental y física que luego al ver las consecuencias desearían haber tenido otras decisiones, haberse permitido cuestionar sus creencias, sus mandatos internos, y haber relativizado sus objetivos de vida.

La mentalidad de la productividad inició en el mundo como efecto de la sociedad industrializada, la cual empezó a agilizar los procesos industriales y a fortalecer un sistema laboral, económico y social que ha resultado sobrevivir a costa de la salud mental de las personas.

Al día de hoy cada vez son más aquellos que prefieren des escalarse de esa escalera infinita de metas y logros, para volver a priorizar el tiempo; tiempo para sus vínculos, sus viajes, su descanso, su ocio, su salud. ¿Y cómo hacer esto sin caer en la quiebra o tener que vivir en la escasez? Pues ésta es precisamente la ecuación que nos ha tocado resolver. En mi caso puedo decir que he ganado más dinero trabajando como independiente del que hubiera hecho como empleada, y lo digo con conocimiento de las escalas salariales en mi área profesional.

Pero a la vez descubrí, después de tres años como total independiente, que también me estaba saturando de trabajo de un modo abrumador. Así que el asunto de darme permisos para retornar a lo que para mi es valioso, a dedicar tiempo a temas que tal vez no tengan como objetivo o razón la productividad o la monetización, volvió a aparecer como un objetivo relevante en mi vida. Reafirmé que me niego a pasar los años que tengo de vida, de funcionamiento adecuado de mi mente y mi cuerpo, siendo una esclava para un sistema económico y social tirano e injusto.

Y me volví a des escalar. Decidí buscar vías en que pueda tener los mismos ingresos con menos horas de trabajo, y me refiero alrededor de 5 o 6 horas al día. Y esto me requirió pensarme en el nivel de ingresos que al menos a mi, que llevo un estilo de vida minimalista, de poco consumismo y sin necesidades de ostentación y apariencias pudiera satisfacer. Y adivinen qué; se puede. No es imposible enfocarte 6 horas diarias con pasión y creatividad, y ser más inteligente en la inversión de tu energía mental y física, teniendo resultados iguales o hasta mejores que los de las 10 horas en la oficina sumadas al tiempo respondiéndole los chats al jefe hasta media noche. En un estudio reciente en Inglaterra se daban cuenta que realmente la gente es “productiva” el 45% del tiempo de su jornada laboral. Así que dejémonos de cuentos y cambiemos ideas obsoletas.

Así volví a descubrir la gran satisfacción de conectar con cosas como el arte, que aunque en nuestra sociedad colombiana sea tan poco valorado porque “no es útil”, no es productivo y por tanto irrelevante, yo sé que es una dimensión esencial del ser humano y de mi personalidad. Pero no nos quedemos en el arte, que es mi elección, puede que lo tuyo sea el deporte o aprender un juego, o cocinar pasteles y galletas. Da igual.

Gabriel García Márquez decía alguna vez sobre el oficio de escribir: «Lo que más me importa en este mundo es el proceso de creación. ¿Qué clase de misterio es ése que hace que el simple deseo de contar historias se convierta en una pasión, que un ser humano sea capaz de morir por ella; morir de hambre, frío o lo que sea, con tal de hacer una cosa que no se puede ver ni tocar y que, al fin y al cabo, si bien se mira, no sirve para nada?».

Gabo se dio permiso de ir haciendo un trabajo y un camino en un campo del que siempre se dice que “no se vive”, que no paga las facturas. Y ya sé, no todos somos Gabo, me dirán. Pero no hay más de estos en el mundo, no porque no puedan haber más sino porque el sistema educativo y laboral está aniquilando nuestra creatividad y la expansión de nuestros talentos y pasiones. Y el tiempo para desarrollarlos con plenitud y libertad. Y la confianza para que te creas capaz de conseguirlo. Ahí está tu esclavitud y debes verla.

Darnos permiso de ser libres, requiere en el mundo de hoy la renuncia del ego, de inseguridades sembradas a punta de lavado de cerebro, y el coraje de vivir mejor, implique lo que eso implique.

Emma Sánchez

Cómo me ha liberado emocionalmente la pintura abstracta

Dibujar por la línea. No salirte. Colorear hacia el mismo lado. Cuidar la proporción. Usar la perspectiva realista. Todas estas frases dichas por nuestras primeras profesoras de arte, o nuestros padres. Nadie nos felicitaba mucho por dibujar fuera de la línea, salirnos de la hoja, colorear hacia todos los lados, desproporcionar figuras o jugar con la perspectiva. Y sin embargo, todo esto lo han hecho los grandes artistas. Y sí, ya sé que por supuesto enseñar técnica es una base fundamental para luego saber cómo deformarla, pero también planteo que enseñarnos a aproximarnos con nuestras posibilidades expresivas y artísticas de este modo, solo nos contribuyó a la neurosis, al miedo de equivocarnos, a la rigidez, a la pésima valoración de lo que puede ser bello o no. En mi propio camino de acercamiento al arte, me he dado cuenta cómo me ha liberado emocional y psicológicamente la pintura abstracta, en especial expresionista. Para que salirse de la línea sea encontrar nuestro trazo.

“Creo que probablemente por eso pinto, porque ya no existo”, alguna vez le dijo la gran pintora de expresionismo abstracto Joan Mitchell a Cajori, directora del documental Joan Mitchell: Retrato de una pintora abstracta, con una sonrisa traviesa. “Es maravilloso.” De hecho, la pintora a menudo asociaba su mejor trabajo con el proceso de perderse a sí misma y deshacerse de su ego. Mitchell quien es igual de notoria en el mundo de la pintura que Willem de Kooning y Jackson Pollock, con quien en sus conversaciones en Nueva York cimentaba las bases filosóficas y estéticas del arte abstracto defiende que el artista debe dejarse llevar y que todo está en el feeling. Y lo confirmamos cuando vemos sus composiciones viscerales y llenas de emoción, con pinceladas fuertes y colores vibrantes. Es Mitchell dejando de existir, empezando a ser.

Joan MitchellBracket, 1989
San Francisco Museum of Modern Art (SFMOMA)
Permanent collection

Cuando le preguntaban cómo empezaba una pintura, respondía: “Bueno, tengo que volver a mi palabra feeling“. Así a Mitchell le gustaba pintar el feeling de un espacio, de la naturaleza, de una emoción profunda. Sus pinturas son como sensaciones sobrepuestas coexistiendo, y la captura de una fluidez o tejido emocional enmarañado pero armonioso y luminoso.

Si bien el trabajo de Mitchell se basaba en sentimientos y recuerdos íntimos, el proceso de traducirlos en composiciones abstractas era casi instintivo. “Cuando estoy trabajando, solo soy consciente del lienzo y de lo que me dice que haga”, dijo en otra entrevista. “Ciertamente no soy consciente de mí misma. Pintar es una forma de olvidarse de uno mismo”.

Este abandono de la mente consciente, de la preocupación por la forma, del ego que esconde el cuidado técnico y estético, la conexión terapéutica de la pintura como espacio de libertad y escucha emocional es lo que he encontrado en la pintura abstracta expresionista.

Joan MitchellUNTITLED (BLUE MICHIGAN), 1961
Cheim & Read

Desde hace un tiempo me he propuesto salirme de formas. En alguno de mis talleres de arte terapéutico “Pintando tu voz interior”, una chica joven psicóloga debía conectarse consigo misma para pintar la imagen mental que retuvo durante un momento de mindfulness en el que focalizó emociones. Ella abrió rápidamente su navegador para buscar una imagen de la cual copiar el modelo. Pronto se sintió rígida, temerosa de iniciar su pintura, y pudo tomar consciencia de las voces internas en su cabeza que la lanzaron a la búsqueda del referente diciéndole que no podría hacerlo confiando en su propio trazo e imaginación. Pudo identificar su necesidad de control, su ego, el imperativo de evitar el error a toda costa, y además sentir la tensión y estrés que no se supone que deba sentir en un taller de pintura terapéutica. A esta chica terminé recomendándole la pintura abstracta.

Al recomendársela a ella también empecé a hacerlo yo misma. A permitirme encontrar más seguido los sentimientos y sensaciones que no tienen forma, a desaparecer mi consciencia ante el lienzo, a disfrutar el movimiento de la mano, el brazo, el cuerpo, y a que una inercia interna me lleve a expresarme en el registro mas lejano de la palabra que he encontrado. Esta distancia de la palabra y del mundo de los nombres a la que me dejo llevar cuando pinto abstracto, como si llegara a una isla maravillosa donde habito sin necesidades interpretativas, es de lo más terapéutico que he hecho en mucho tiempo.

Por esto coincido con la gran Mitchell, creo que pinto porque al hacerlo ya no existo. Es maravilloso.

Emma Sánchez

*Fragmentos de entrevista tomada del artículo Joan Mitchell on How to Be an Artist, en: https://www.artsy.net/article/artsy-editorial-joan-mitchell-artist

Revolcarse y sanarse

Ayer, al finalizar una sesión de uno mis talleres (el de escritura terapéutica), un hombre se despedía diciendo que se sentía revolcado. Por supuesto que esa palabra tiene una connotación fuerte y podía sentir cómo sus emociones se revolvieron en él como el pozo de agua con fondo de barro que se oscurece al perturbarse. Me pareció que el objetivo del taller estaba dando fruto. Aunque el miedo y el vértigo de ese revolcón pudieran percibirse sutilmente en su voz y llegar hasta mí con un frío rápido por la espalda, me sentí complacida de escuchar aquella palabra.

Sé que como tallerista o terapeuta tengo la esperada responsabilidad de acoger esas emociones, ayudarles a tener salida y retorno a la calma, pero también tengo la orientación ética de propiciar revolcones, de los sanos, de los buenos, de los liberadores. Esos también duelen, fastidian, incomodan, confunden, enojan, entristecen, frustran. Ese es el tipo de movimiento interno que se necesita para cambiar, para sanar. Y no siempre hay que apurarse tanto a salir de la incomodidad.

Quiero explicar por qué. O intentarlo.

El rechazo a la emoción displacentera es natural, viene con nosotros de fábrica, podría decirse. Nuestro sistema mental y corporal está muy bien entrenado para percibir peligros, nos hace sentir displacer, rechazo o miedo y así busca movilizarnos hacia un estado más positivo, en donde estemos a salvo. La situación se complejiza cuando el sistema no nos está llevando a huir de un depredador como un tigre o un peligro como un terremoto, sino que se está activando porque percibe como peligrosas las mismas emociones displacenteras. Así le tenemos miedo al miedo, a la rabia, a la tristeza y nos angustiamos ante la frustración, la confusión, o cualquier signo de malestar. Queremos huir de este y volver al sonrisa, el placer y la calma que confundimos con el estado ideal permanente en el que supuestamente debemos vivir.

Pero el problema es que esto no soluciona la situación original que debemos sanar. La fiebre no se cura con paños de agua tibia. La fiebre es un síntoma de una infección o virus que ha atacado nuestro organismo. Y así como nuestro sistema inmune físico debe defenderse, por ejemplo generando fiebre y sintiendo el cansancio de la batalla interna; así también tenemos un sistema inmune emocional, y en éste para salir victoriosos usualmente hay que atravesar la fiebre del miedo, la fatiga de la ansiedad y el dolor del duelo, que no son enfermedad sino síntoma.

Sanar implica comprender el virus, la bacteria, la alteración que está bajo el despliegue de malestar, y por supuesto acompañar a tu cuerpo/mente a recibirla, matarla o incluso integrarla a ti. Llegar a ella -en el plano psicológico- es como escalar el Everest. Se requiere un viaje, se necesita preguntarse, escucharse, no saber, caminar, cansarse, descansar, llorar, reír, desanimarse, recordar, soñar, confiar, respirar, tenerse fe y a la vez dudar. Sanar requiere volver a la historia de mis raíces, meterme en el silencio de mi padre, en la ansiedad de mi madre, en el malestar de la familia, en la constitución política familiar con la que me criaron, en mis heridas de autoestima, en mi ego, en mi sombra. Desconfiar del buen Dr. Jekyll, y reconocer al Mr. Hyde.

Sanar es revolcarse. Reconocer el virus y acompañarse como un buen amigo. Sanar es darse la mano para levantarse. Pero esa fraternidad conmigo mismo casi nunca se logra sin caminar y sufrir esa tremenda montaña.

Emma Sánchez

Mg. Psicología Clínica

A %d blogueros les gusta esto: