¿Qué es Mindful Self o el Yo Consciente, y cómo es diferente del Yo psicológico? Apuntes sobre psicología budista

La psicología budista se centra en gran medida en el análisis y la comprensión de la naturaleza del Yo o el Ser, y los investigadores interesados en los procesos del yo han documentado muchos efectos positivos de la práctica meditativa basada en la psicología budista. 

El principio central de la psicología budista con respecto al yo es el de “no yo”, que postula que no hay un yo inmutable, definible y perdurable en el tiempo como plantea la psicología occidental. En la psicología occidental moderna, el yo se construye como una entidad cognoscible y definible con características particulares, necesidades universales e impulsos de desarrollo algo predecibles. Para la mayoría de las personas, el yo se refiere a lo inmediatamente conectado con su cuerpo y, lo que es más importante, con su mente. Parece evidente que perceptivamente, “Yo soy la mente y la mente soy yo”. Los enfoques sociocognitivos del yo, así como la práctica clínica, enseñan a las personas que es importante gastar mucha energía en solidificar y reforzar su sentido del yo, (re)establecer vínculos seguros y promover la autoestima y autoconfianza conociendo toda esa entidad compleja que es su “yo”. Sin embargo, las enseñanzas budistas sostienen que el yo es una ilusión y que es verdaderamente la causa de gran parte de nuestro sufrimiento.

Según el budismo, sufrimos por el apego, visto como el ansia, el deseo o la avidez por poseer y controlar. Así que para cesar el sufrimiento la gente debe dejar de lado tantos apegos como sea posible, incluidos los apegos que tiene a su “identidad” y sentido de ser individual. Lo cual es muy difícil de abandonar en la actualidad, en donde nos acompaña un discurso social que pone en boga la búsqueda de tu “yo” como una serie de identificaciones y etiquetas individuales que debes defender y a las cuales perteneces. Como resultado, parece haber una paradoja fundamental en la práctica clínica actual. Es innegablemente importante desarrollar continuidad, identidad y un sentido continuo de sí mismo para todos los que sufren de alteraciones patológicas en su sentido subjetivo de identidad; sin embargo, según la psicología budista, es igualmente claro que adherirse a un sentido de continuidad personal y de identidad propia da como resultado una separación ilusoria de la experiencia de los otros, un descontento crónico pues la persona entra en las trampas de su autoimagen y autoconcepto sin saber diferenciar bien de dónde provienen las ansias de sus anhelos (¿de un ser genuino o de la configuración de su ego que busca con avaricia ser amado o poner en juego sus mecanismos de defensa?) y por esto, también trae un conflicto psíquico. Tal vez esta diferencia entre la psicología oriental y occidental no deba abordarse apoyando solo una de las dos posturas. Tal vez ninguna debe ser favorecida sobre la otra: enfatizar demasiado el enfoque de la psicología budista puede provocar un deterioro de la autoconcepción de un individuo (en especial si éste ha tenido fragilidades a la hora de constituirse e individualizarse de su entorno en niveles físicos, emocionales y de creencias), mientras que centrarse desproporcionadamente en la entidad propia, en la corriente actual del “self-made”, “self love”, etc. podría conducir a la formación y la fantasía de la autoestabilidad y el excesivo apego narcisista al concepto de uno mismo. Una teoría convincente del yo debe tener en cuenta aspectos de estos dos puntos de vista, ayudando a las personas a ser más flexibles.

Numerosos estudios han sugerido, por ejemplo, que la meditación de atención plena ofrece efectos positivos significativos en la reducción de varios síntomas físicos y mentales, mejora el funcionamiento personal, facilita la integración personal y altera la perspectiva. de autoobservación. Además, en consonancia con los objetivos tradicionales de la meditación en las culturas orientales, donde se ha practicado durante miles de años, la principal causa o mecanismo que subyace a todos estos cambios positivos del yo logrados a través de la práctica o intervención científica occidental de la atención plena, es la reconstrucción de una auto-visión y una actitud conscientes. En otras palabras, los cambios positivos como estos son el resultado de la integración y la internalización de la visión y actitud conscientes o meditativas de uno mismo que abarcan las nociones del no-yo, impermanencia, desapego y ecuanimidad, propias del budismo. 

Así entonces, la psicología budista afirma que no existe un yo permanente e inmutable, y además afirma que el sufrimiento impregna la existencia humana y es causado principalmente por la codicia, el odio y el engaño de uno con respecto a lo que se siente y se ve, así como como una creencia ilusoria en la noción de que existe un yo independiente y permanente. Según el Buda, la única forma de erradicar la angustia o el sufrimiento humano es eliminar el apego (upadana) o el anhelo (trsna) de nuestra mente hacia varias cosas o conceptos a los que estamos apegados. La meditación de atención plena es uno de los elementos más importantes del “óctuple noble sendero” de Buda para acabar con el sufrimiento e infundir sabiduría. Principalmente, la atención plena en la enseñanza budista se ve como un camino fundamental a través del cual tomar conciencia de las causas y fuentes del sufrimiento y alcanzar la iluminación o despertar, lo que permite que el individuo sea menos egoísta y obtenga una visión del estado de “ausencia de yo”. De acuerdo con el budismo y la escuela Zen (Chan en China), cuando un individuo verdaderamente ha adquirido la iluminación completa o la comprensión del “no-yo”, habrá alcanzado la libertad total de la mente, experimentará la realidad sin los velos de la mente, del ego y sus apegos, sus juicios que perturban estados mentales y confunden las acciones.

Por medio de la meditación de atención plena o mindfulness se puede desarrollar un espíritu de consciencia sin prejuicios de toda la realidad. Pero además, se ha visto que se da un proceso de desidentificación o descentración con respeto a los contenidos de la mente, y un movimiento experiencial hacia un dominio más amplio de la conciencia que puede hacernos conscientes de lo que realmente somos debajo de la imagen del ego. Esta conciencia liberada reduce el apego de un individuo a los contenidos de su mente que están asociados con la persona como definiciones de ellos mismos. Tal cambio de perspectiva es llamado “re-percepción” por Shapiro et al. (2006), quienes encontraron que así es predominantemente cómo funciona la atención plena en la terapia. En última instancia, la atención plena tanto del budismo como de la psicología se considera una forma importante de comprender la naturaleza del yo y de obtener bienestar espiritual.

Por un lado, se ha sugerido que participar en prácticas o intervenciones de meditación de atención plena (especialmente durante largos períodos de tiempo) está estrechamente asociado con aumentos en las actitudes positivas hacia uno mismo, como el desapego (o la aceptación), la autocompasión (es decir, bondad hacia uno mismo, no autocrítica), la ecuanimidad (no indiferencia), y volverse más compasivo consigo mismo y por igual para los demás. También se ha visto en estudios que la meditación centrada en la compasión puede facilitar la bondad o la sensación de calidez de un individuo para aquellas personas con altos niveles de vergüenza y autocrítica, haciendo que éstas se vuelven más amables consigo mismas de forma duradera.

Además, la atención plena se asocia con una disminución de la autoidentificación con las auto-imágenes, moderando las tendencias defensivas asociadas con una menor implicación del ego. En consecuencia, promueve el autoconocimiento; es decir, el conocimiento de la naturaleza del yo (vista como una naturaleza interdependiente, impermanente y cambiante) y la relación entre el yo y el contenido de la experiencia de la realidad. Además, aumenta la capacidad de uno para comenzar a experimentar un sentido del yo como un proceso de cambio dinámico, interdependiente y transitorio, en lugar de como una entidad constante e inmutable. Es decir, va modificando paulatinamente los autoconceptos implícitos y las perspectivas sobre el yo a nivel cualitativo, según lo cual se va disminuyendo el procesamiento autorreferencial, mientras que la experiencia de la consciencia prosocial se potencia. 

En lugar de identificarse con un yo estático, el aporte de la psicología budista y la práctica de la meditación mindfulness con esta tradición oriental de base, es que hace que surja en las personas una tendencia a identificarse con el fenómeno de “experimentar” el self o el yo sin mecanismos psicológicos de defensa. Se aprende a soltar estos mecanismos, la tendencia neurótica a sentir que el ego es atacado, la frustración por la pérdida del control, la avidez por la competencia, y así un sinnúmero de mecanismos psicológicos que están en la base de nuestros variados sufrimientos.

Por Emma Sánchez

Artículo de referencia:

  • Shapiro L. Shauna y Carlson Linda. Mechanisms of Mindfulness.

La mirada auténtica

(miniblog)

Es el nacimiento de una nueva mirada.

Un ojo se abre paso entre el capullo. Un ojo que crece en el centro como fruto y semilla. Un ojo que ve lo que yo no alcanzo. Nace una nueva mirada. Brota de la misma tierra, y de forma natural observa.

La mente en calma lo recibe, lo alimenta. El espacio vacío de mi cuerpo lo acuna en el vaivén del aire, el baile del espacio.

Me desocupo todos los días. Es ya una forma de ser. Desocupo carpetas de este archivo de registros electrónicos en el que ahora escribo. Desocupo ropas, labiales viejos, lapiceros que ya no pintan, papeles con detallados planes débiles, apps. Apps. Desocupo, me desocupo de ocupaciones, de culpas y retrasos, de ese diccionario de “deberías”, de palabras. Me desocupo de palabras, de ideas, de reacciones conocidas, de silencios atestados de ganas de hablar, de charlas hacinadas de ganas de silencio. Desocupo las ganas para habitar el contento.

Desocupo y espacio vacío me vuelvo. Y espacio vacío me vuelco

Nace el ojo-fruta. Nace el ojo limpio y virgen y observa mi vacío aún tan lleno. Y solo ojo sonríe. Y yo lo siento. Me acepta humana, me abraza, conoce mi anhelo, mi verdad y mi mentira. No evalúa porque no está aquí para eso. Me refleja el instante. Es un ojo que no recuerda pasados, es un ojo que no avista futuros.

Es un ojo-fruta. Un ojo abierto. Una mirada que ama.

Emma Sánchez

La pregunta

(Miniblog)

Tienes la pregunta ante ti. Te aspira y te inhala. O se te hace a un lado y se esconde en tu nuca. Vas caminando, haciendo tus cosas, corriendo, saltando de una en otra. Con la respiración agitada, entrecortada, que no alcanza. La pregunta está ahí, pero mejor en otro momento. No ahora. No ya. Tengo otras cosas que hacer. Tengo que responderle a mi jefe, tengo esa reunión importante, tengo que darle un documento al del cubículo de al lado, tengo que recoger a mi hijo de su clase de natación. Pero estoy aquí, existiendo entre treinta pestañas del navegador abiertas, el documento sin terminar, las notificaciones de mi celular, la respuesta inconclusa a mi jefe, la comida que comeremos esta noche, la natación, la reunión. El documento. El scrolling. Un momento de scrolling para ver la cuenta de esa persona que enseña cómo vivir tranquilo. Bueno el reel, pero sigamos, uno de humor, uno de baile, uno de una celebridad del momento, de la marca de ropa a la que quiero comprarle todo, de la influencer de lifestyle en la playa, uno de maquillaje. Ya va. Volvamos al documento, a las notificaciones, a mi jefe, a las clases de natación a las 5:30. No voy a alcanzar. Volvamos a la comida que hay que comprar, a las 30 pestañas del navegador. ¡Dios! La reunión. La lista al lado en el escritorio está inconclusa, como todos los días. Cada día trae su afán, dicen por ahí, pero ¿alguien se ha preguntado exactamente lo asquerosa que es esa afirmación resignada? Días que ya no traen un afán, sino una vida afanada que se ahoga y muere gritando mientras se le inunda la boca, ¿de qué? de pendientes, de cosas por hacer, de exigencias, de horarios laborales interminables, de información incontable segundo a segundo, de trivialidades, de desorden, de caos, de compras de cosas que aparentemente necesito, pero no necesito porque ya no creo que lo que de verdad necesito pueda ser posible, entonces he decidido creer lo que todo el mundo cree, que lo que más necesito es sobrevivir, y para eso dinero. Por eso trabajo, para tenerlo, y al tenerlo lo gasto y me endeudo y trabajo con más angustia, porque no va a alcanzar, pero luego quiero un gusto, me lo merezco ¿no?, y así… morimos inundados de consumismo, caos y desorden. Perdidos sin saber el valor de nuestra vida, viviendo la vida que nos vendieron debíamos vivir.  

La pregunta sigue ahí… aunque siempre quede de última en la lista. Da frío mirarla. Vacío y vértigo. La pregunta está aquí, ahora, mientras vas en el carro y estas exhaustas, en un momento de fragilidad del que no te distrajo la radio o una llamada. Se hace escuchar de nuevo: ¿Cuál es TU vida significativa? ¿Cuál es la vida que para tí tiene sentido? No ésta, no el pastel que te pusieron frente a los ojos y del antojo no te contuviste en morder, y de la adicción ahora no puedes parar. No ésta. La tuya. La que podrías tener si primero tu te desintoxicas, si primero tu te priorizas en la interminable lista, si te enfrentas a establecer tus valores, tu orden, el justo tiempo e importancia a cada cosa, si rescatas tu coraje para nadar hacia la orilla que necesitas. 

¿Qué necesitas?

Por Emma Sánchez

De la vergüenza y la exclusión

El miedo a quedar en vergüenza y al ridículo puede ser tan fuerte que la gente
arriesgar lesiones físicas graves o incluso la muerte para evitarlo. Una de las razones de esto es que la vergüenza puede generar un daño grave a la aceptación social y una ruptura en una variedad de relaciones sociales. La raíz evolutiva de la vergüenza está en un sistema de amenaza social centrado en uno mismo relacionado con el comportamiento competitivo y la necesidad de demostrar que uno mismo es aceptable/deseable para los demás (Gilbert, 1989; 2002a). Por el otro lado, la culpa evolucionó a partir de un sistema de cuidado y de “evitar hacer daño a los demás” (Gilbert, 1998; Tangney y Dearing, 2002). Así, hay una naturaleza egocéntrica de la vergüenza.

Los precursores evolutivos de la vergüenza se remontan a la forma en que todos los animales deben ser capaces de detectar y hacer frente a las amenazas (Gilbert y McGuire, 1998). Para muchos animales, la atención a los congéneres que podrían causarles daño y que son amenazas para ellos es altamente adaptativa, y la ansiedad social, la huida o la sumisión/pacificación son defensas destacadas (Gilbert, 2001). Las amenazas sociales (a diferencia de las amenazas no sociales) a menudo implican comunicar señales que impactan en el estado de ánimo de los otros amenazantes; por ejemplo, una demostración de sumisión puede ser suficiente para evitar que un dominador ataque seriamente a un subordinado. Aunque la vergüenza requiere un sentido simbólico del yo (Lewis, 1992), también está regulada por amenazas sociales y defensas automáticas para protegerse de las amenazas que plantean los demás (Gilbert, 2002a). De hecho, ahora hay evidencia de que la vergüenza puede actuar como una señal de advertencia interna de amenazas y desafíos para uno mismo, con un desencadenante de defensas automáticas, especialmente la sumisión, el deseo de querer escapar o de ocultar.

La culpa no se basa en una percepción de amenaza al Self, o “sí mismo”. Esta más basada en la preocupación por el bienestar de los otros, y puede desarrollar en el niño los sentimientos de empatía y cuidado. La culpa además no está asociada a un sentimiento de inferioridad ante los demás, o comportamiento sumiso, depresión o ansiedad social.

A medida que los humanos evolucionaron a partir de la línea de los primates, y en el contexto de severos desafíos ecológicos (por ejemplo, la Edad de Hielo) y una creciente complejidad social para crear roles arquetípicos (por ejemplo, apego, sexual y cooperativo), desarrollaron competencias cognitivas que se mezclan con habilidades arquetípicas de formación de roles y emociones de autorregulación. Primero, los humanos se volvieron capaces de formar representaciones simbólicas de objetos en el mundo (que harían posible el desarrollo de herramientas, el arte y la escritura [Mithen, 1996] y de uno mismo y de los demás [Sedikides y Skowronski, 1997]). La autoconciencia simbólica viene con el lenguaje y la capacidad de simbolizar “el yo”, la capacidad de “imaginar” el yo como un objeto y juzgar y dar valor al yo; tener autoestima, pensar en el significado de la apariencia de uno para los demás y las implicaciones.

Uno de los elementos clave de la evolución humana fue también la capacidad de comprender lo que podría estar pasando en la mente de otras personas. Esto se llama teoría de la mente (Byrne, 1995). Uno puede pensar en lo que motiva el comportamiento de otra persona, lo que podría valorar o devaluar, lo que sabe (sobre sí mismo) y lo que no sabe, y podemos pensar en cómo manipularlo para que nos quiera o desconfíe de nosotros.

Vinculada a estas habilidades está la metacognición: poder refijar y juzgar los propios pensamientos y sentimientos y ejecutar simulaciones en la mente (Wells, 2000). Por lo tanto, puedo imaginar y reflexionar sobre los resultados probables de mis acciones en los demás y cómo reaccionarán los demás ante mí. Suddendorf y Whitten (2001) han señalado que una mente con este tipo de habilidades es una mente cotejadora. Estas tres habilidades no solo le dan a la mente humana flexibilidad en la forma en que piensa y representa los roles, sino que también ofrecen competencias clave que socavan la idea de que la mente humana está altamente modularizada (Mithen, 1996).

Para que una persona se sienta avergonzada tienen que pasar varias cosas, aparentemente simples, pero profundamente complejas en sus alcances. Primero, la persona debe haber actuado fuera de lo que interpreta o concibe como “la norma”. Además, la persona debe evaluar esa norma como deseable y vinculante con otros, porque solo así, aquella transgresión o incapacidad para cumplir “la norma” le hace sentir tanta incomodidad. Y lo complejo es que para que aparezca la vergüenza no es necesario que se encuentre presente una persona desaprobadora; solo se necesita que la persona en cuestión imagine el juicio del otro. Frecuentemente se tiene mentalmente la imagen de alguien preguntando: ¡¿No te da vergüenza?!. Incluso está visto que interiorizamos tan bien esas amonestaciones, que las “normas” o expectativas puestas en nosotros por nuestros padres en la infancia, nos continúan afectando hasta la edad adulta.

Y con el juicio del otro también viene la definición que el otro hace de mí. La persona avergonzada se experimenta a sí misma a través de las definiciones que los demás puedan hacer de ella.

Y ahora bien, qué nos causa la vergüenza constante e intensa a nivel psicológico

June Tangney, de la Universidad George Mason, ha estudiado la vergüenza durante décadas. En colaboraciones con Ronda L. Dearing de la Universidad de Houston y otros, ha ratificado que las personas que tienen una propensión a sentir vergüenza, (un rasgo llamado propensión a la vergüenza), a menudo tienen baja autoestima. Lo cual implica, a la inversa, que cierto grado de autoestima puede protegernos de sentimientos excesivos de vergüenza. Tangney y Dearing se encuentran entre los investigadores que han descubierto que este rasgo indicador de la propensión a la vergüenza aumenta el riesgo de sufrir otros problemas psicológicos. El vínculo con la depresión es particularmente fuerte; por ejemplo, un metaanálisis a gran escala en el que los investigadores examinaron 108 estudios que involucraron a más de 22,000 sujetos mostraron un conexión clara.

En un estudio de 2009, Sera De Rubeis, de la Universidad de Toronto, y Tom
Hollenstein, de la Queen’s University en Ontario, analizaron específicamente los efectos de este rasgo sobre síntomas depresivos en adolescentes. El proyecto incluyó aproximadamente 140 voluntarios entre los 11 y los 16 años y descubrió que los adolescentes que mostraban una mayor propensión a la vergüenza también eran más propensos a tener síntomas de depresión. También parece haber ser una conexión entre la propensión a la vergüenza y los trastornos de ansiedad, como la Ansiedad social y la Ansiedad generalizada, como Thomas A. Fergus y sus colegas informaron en 2010.

La vergüenza es una emoción que encarcela. El avergonzado quisiera ser libre, hablar sin miedo, decir que no o que si, permitirse espontaneidad, confiar en que es querido por los otros, pero está atrapado en el miedo y la muy fuerte duda de si va a poder ser valorado o por el contrario, será excluido del grupo. Así que si la vergüenza es constante, el hecho de que despierte sentimientos de ansiedad y depresión es casi que un resultado obvio. Para empezar a salir de esta situación, a lo primero que habría que prestar atención es a la posibilidad de comprender a profundidad las ideas que nuestros padres, o las experiencias de vida, fueron diciéndonos sobre lo que “debíamos ser”. Comprender cuál es “la norma”, el conjunto de creencias que tengo sobre lo que puedo o no permitirme, lo que merezco o no merezco, ya que esto es lo que está en el corazón de la vergüenza. Darnos cuenta que lo que nuestros padres percibieron como una amenaza de exclusión social y los hace avergonzarse en lo profundo de su ser, tal vez no tiene que venir contigo. Hacer pases también con el pasado cuando hemos sido objeto de bullying o críticas fuertes. Comprender que los mecanismos por los que otros ganan reputación social avergonzando a otros, es un mecanismo de su propia inseguridad y no tenía que ver con nuestro verdadero valor personal.

Aunque es un proceso que a muchos cuesta, vale la pena reconocer nuestra vulnerabilidad y aceptar que todos somos seres vergonzantes en momentos de nuestras vidas, intentando hacer el camino de reconocernos capaces de avergonzar la posible exclusión social, pero con el orgullo de ser nosotros mismos.

Emma Sánchez

REFERENCIAS

Gilbert, Paul. Evolution, Social Roles, and the Differences in Shame and Guilt.

De la envidia

De los sentimientos más ocultos, encubiertos y temidos como un mal presagio o un malhechor sin piedad, la envidia se esconde como una rata en su madriguera y la sociedad prefiere creer que no existe, o condenarla con el más útil de todos los castigos: la culpa.

‘Envidia’ deriva del latín invidia, ‘no vista’. En la Divina Comedia de Dante, los envidiosos trabajan bajo capas de plomo tóxico, con los párpados bien cosidos con alambre de plomo, lo que sugiere que la envidia surge de una forma de ceguera o conduce a ella. Castigo terrible que un envidioso no pueda mirar a los demás.

Para sentir envidia, se deben cumplir tres condiciones. Primero, debemos enfrentarnos con una persona (o personas) con algo, una posesión, cualidad o logro, que se nos ha escapado. Segundo, debemos desear ese algo para nosotros mismos. Y tercero, debemos estar personalmente dolidos por la emoción o emociones asociadas. Neel Burton, psiquiatra y filósofo señala en un artículo sobre la psicología y la filosofía de la envidia, que decir que la personal está “personalmente dolida” es esencial porque es esta dimensión personal la que separa la envidia de sentimientos más distantes como la indignación o la injusticia.*

Y es que quien no ha sentido ese ardor de la envidia, una sensación fogosa que nos estruja y que por supuesto, si no le damos algún tipo de sublimación nos podría llevar a hacerle fácilmente mal a otro. Por eso ese temor social a la envidia, esa nefasta -a mi parecer- decisión adoctrinarnos con culpa. Sin embargo, comprendo que busca ponernos un bozal antes de que nos lancemos fieros a destruir al objeto de nuestra envidia. Con la culpa en cambio nos destruimos a nosotros.

Y es llamativo también que sea mejor visto decir que estamos celosos a decir que estamos envidiosos. Pero hay una diferencia entre ambas. Los celos son el dolor personal de perder algo, de perder la posición de ventaja que tengo para el otro, o de que las ventajas del otro que comparte conmigo se alejen de mi lado y vayan a parar a otro destinatario. En cambio, la envidia es el dolor causado por el deseo de tener las ventajas que el otro exhibe ante mi y que siento que no tengo. “La envidia es codiciosa, los celos son posesivos”. La envidia tiene la mirada puesta en algo que anhela, los ojos de los celos en algo que quiere alejar.

Creo que a la envidia siempre la hemos sentido como un asesino agazapado que nos puede clavar el puñal por la espalda en cualquier momento. Y está tan presente en la psique humana haciendo parte de la experiencia de todas las generaciones y tribus. En la antigüedad se tenía miedo a despertar la envidia de los dioses, ante los cuales se hacían elaborados rituales y ofrendas. En los mitos griegos hay historias de dioses con envidia, como la envidia de Hera por Afrodita que desató la guerra de Troya. O en la biblia es por envidia que Caín mata a Abel. Es a través del demonio de la envidia que la muerte entra al mundo.

Y es que decir que la envidia es central en nuestra psique humana es también decir que la comparación hace parte de las características de nuestra existencia, como respirar. El dolor de la envidia es causado no por el deseo de las ventajas de los otros, sino por el sentimiento de inferioridad para alcanzar esas mismas ventajas. Y hoy en día, gracias a la impresionante amplitud de información con la que estamos en contacto y el uso adictivo de las redes sociales, la comparación, y con ella la envidia, se expanden como una llamarada de foto en foto, reel en reel.

Tal vez la envidia, o “invidia”, invidencia que denota el término en latín, es esa ceguera de la mirada que se queda encandilada con lo lustroso del objeto de afuera y no puede ver adentro más que agujero oscuro y carencia. O como decía Jaques Lacan, se envidia la completud del sujeto con su objeto. Por supuesto, que esta “distracción” nos impide desarrollar nuestra posibilidad de un reconocimiento, no de nosotros como seres completos, porque no lo somos, pero al menos el reconocimiento de que a todos nos falta algo. La amargura de la envidia nos enferma, nos cobra relaciones, pero además, algo que me interesa es que también produce en nosotros algunas salidas como mecanismos de defensa que intentan revertir el problema, como la ingratitud, la ironía, el desprecio, el esnobismo y el narcisismo, que tienen en común el uso del desprecio del otro al cual envidio, o del grupo de personas que tienen características que envidio, para minimizar la amenaza existencial que representan las ventajas de los demás. Y otra defensa común contra la envidia es incitarla en aquellos a quienes envidiaríamos, razonando que, si nos envidian, no tenemos por qué envidiarlos. Ganamos un lugar de superioridad ante su mirada.

Así la envidia nos atormenta y buscamos defendernos del dolor y angustia que nos trae de muchas maneras. Y al día de hoy, el mundo de la red social y de internet y publicidad masiva parece diseñado para despertarnos la envidia cientos de veces en diez minutos de scrolling. De hecho pienso en la expresión común: “envidia es mejor despertarla que sentirla”. Por supuesto, despertar ese monstruo interno en el otro nos infla de narcisismo. Pero esta suerte de refrán es solo una verdad a medias, porque el que hasta inconscientemente la quiere despertar, lo hace desde la inconfesable presión del resentimiento. El tortuoso debate entre la culpa que como punición le demanda humildad y modestia, y el lujurioso e incontenible deseo de restituirle alguna imagen de completud y orgullo a tan apaleado sentido del valor personal.

A mi me encanta reconocer la envidia. Tengo bien claras mis memorias de momentos de envidia. Me gusta rebelarme contra la imposición de domesticación y reconocernos todos envidiosos. Alejarnos de las falsas modestias y humildades ficticias, y decir a viva vos que nos dolemos por estar tan faltantes de lo que otros parecen gozar. Que al menos ese sea un paso para reclamar la posibilidad de nuestra honestidad humana. Como humanos somos también sucios y mezquinos, posesivos y violentos, egocéntricos y rabiosos. Que la psicología de autoayuda y la espiritualidad y positivismo tóxico no opere como una nueva religión cristiana satanizando la esencia de lo humano, esparciendo fragancia de esencia floral sobre la inmundicia que también nos habita. Que sepamos que la mayoría de nosotros, no por envidiosos vamos a ir matando a otros, pero que con la culpa por sentir la oscuridad de la inseguridad dentro de nuestro ser no nos matemos más por dentro. Así me parece que podemos construir un camino que nos lleve de la ceguera de la envidia a la buena mirada de la admiración. Y por supuesto, a sanar auténticamente nuestras inseguridades.

EMMA SÁNCHEZ

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Estar en una buena Auto-relación

Hace unos días me topé en internet con la expresión en inglés “Self-relationship”, que podría traducirse como “Auto-relación”, y que por supuesto refiere a la relación contigo mismx, con tu ser. Y la verdad, me gustó bastante. Me parece válido y más que valioso que hoy en día pongamos énfasis en la relación intrapersonal, esa que construimos con nosotrxs y que determina nuestro sentir y comportamiento hacia nosotrxs. A riesgo de que lleguen los juicios por padecer de un excesivo individualismo en la sociedad contemporánea, la verdad es que considero que nuestra salud mental colectiva necesitaba hacer un fuerte retorno a profundizar esta auto-relación. Además, veo con maravilla que hoy en día casi todxs nos preguntamos en algún momento de nuestra vida (o tal vez durante toda ella), cómo construir una relación con nosotrxs mismxs que sea más sana.

Pero de qué se trata esta auto-relación si la pensamos un poco más en profundidad. Bueno, empecemos por darnos cuenta que abarca tus sentimientos sobre ti mismx, la forma en que te tratas y las decisiones que tomas por -y para- ti.

Las personas desarrollamos una compleja relación con nosotros a partir de algo que en psicología llamamos “autoconcepto”*, que es la forma cómo percibimos nuestro comportamiento, capacidades y características únicas. De lo profunda o consciente que pueda ser esta relación va a depender que podamos entender nuestras necesidades emocionales, activar nuestra energía por las acciones adecuadas para satisfacerlas, relacionarnos con los otros con vínculos sanos con límites, y también podamos desarrollar nuestra potencialidad.

Así que de la forma cómo nos vemos, entendemos, hablamos y respondemos a nosotrxs mismxs y a nuestras necesidades, surgen los insumos esenciales para nuestra auto-consciencia y para el desarrollo de salud mental y bienestar. Esta auto-relación nos muestra cómo nos sentimos acerca de todas las diferentes partes de nuestro ser: nuestros cuerpos, estados de ánimo, mentalidades y comportamientos. Y no podemos negar que generalmente encontramos conflicto en nuestra percepción, aceptación y compasión por alguna o todas estas partes internas. Por esto, comprender esta relación intrapersonal requiere observar cómo tratamos esas partes de nosotros mismos, ya sea con apoyo, amor, aliento y compasión, o por el contrario con crítica y disgusto.

Y para muchos puede sonar divertido o extraño esto de tener una ‘auto-relación’, una especie de enamoramiento y amistad con uno mismo que la sociedad no nos ha enseñado a tener. Rápidamente fuimos introducidos al comportamiento social, a leer las señales de lo que quieren los demás, de lo que esperan de nosotros. Nos vimos forzadxs a complacer, a regularnos -o reprimirnos- para priorizar a los otros.

Pero es importante estar constantemente atento a tu relación contigo porque ésta afecta todos los demás aspectos de tu vida. Por ejemplo, sabemos que ser excesivamente crítico contigo golpea tu autoestima, causa depresión o ansiedad, hace que recurras en el perfeccionismo crónico o experimentes algo como el síndrome de impostora. La falta de autoestima puede hacer que te retraigas o evites a familiares y amigos. Alternativamente, podría hacer que desarrolles una falta de límites con otras personas, permitiendo que relaciones dañinas entren en tu vida, pues estás desconectadx de tus necesidades emocionales y no las validas. Con el tiempo, esto puede afectar tus relaciones y amistades, así como sabotear tu confianza en el trabajo o el deseo de perseguir tus metas en la vida.

Así como el aforismo griego “Conócete a ti mismo” nos invita a tener una exploración de nuestro ser, la tendencia actual parece ser más del tipo: “Relaciónate contigo”. Construye una relación con las bases adecuadas para cualquier otra: respeto, escucha, compasión, apoyo, amor. Es de esta manera que encontraremos vías de autoexpresión emocional y desarrollo de nuestras potencialidades, experimentando vidas más plenas.

Por Emma Sánchez.

Poniendo límites con/sin miedo

Los límites son necesarios para tener relaciones sanas y una vida sana. Casi que la mayoría de nuestros problemas en las interacciones con otras personas están centrados en la transgresión de límites, que es una transgresión de respeto. Pero a la vez, en nuestra comunicación diaria con las personas hay una dificultad enorme para mostrarle al otro cómo quiero ser tratado. Parece que diéramos por sentado que no podemos esperar la empatía de los otros seres para entender nuestra verdad, y que éstos siempre podrán volver su enojo hacia nosotros si llegan a sentirse limitados en sus deseos o expectativas. Es una forma de relacionarnos profundamente errada, en donde no hemos superado el juego del ego y la complacencia, los cuales nos muestran una importante inmadurez emocional. Además esparcida socialmente. Al que le ponen límites no quiere recibirlos, y el que se siente abusado no se permite ponerlos.

Afortunadamente establecer límites es una habilidad que se puede desarrollar. Aunque sea una habilidad para la que muchos de nosotros no fuimos educados, siendo casi una noción desconocida en su vida y de muy difícil aplicación, esta capacidad puede crecer en ti, y es de vital importancia (sí, vital!) que la aprendas. Sin poner límites tus relaciones no van a funcionar, tu vida no va a experimentarse tranquilamente, tu seguridad personal va a verse cada vez más disminuida, vas a estresar crónicamente, vas a experimentar ansiedad, ataques de ira, sentimientos reprimidos, resentimiento, depresión, insatisfacción con tu vida, tristeza, y quedarás atrapado en sentir todo esto con el fin de evitar sentir lo que vivirías si hablaras y pusieras tus límites; vergüenza, culpa, miedo al conflicto por el enojo del otro, miedo a su desaprobación, miedo a que no te quiera. 

Poner límites es un gran acto de amor propio. Si estás animándote a hacerlo, o al menos ya reconoces su valor, puede que te estés preguntando cómo hacerlo bien. Cómo poner límites ocasionando el menor colapso posible en tus relaciones. 

Aquí reúno algunas ideas de la Dra. Dana Gionta, quien ha profundizado mucho en el tema, y con cuyas ideas me encuentro muy de acuerdo pues las he experimentado en el consultorio ayudando a que las personas empiecen este proceso, que dará por resultado mucha sanación, ya que tu amor propio se incrementará y no tendrás que hacerlo desde la rabia o la explosión emocional, sino desde una sana comprensión de tus necesidades y, con actitud compasiva, también podrás ser firme en la explicación al otro de cómo debe tratarte. 

  1. Nombra tu límite: 

No puedes establecer buenos límites si estás inseguro de dónde plantarlos. Por esto tienes que identificar tu límites físicos, emocionales, mentales y espirituales. Considerar lo que puedes tolerar y aceptar y lo que te hace sentir incómoda o estresada. 

Claramente y objetivamente decir el límite. Ejemplo: “no voy a estar respondiendo mensajes pasadas las 7 pm” “Necesitaré que me preguntes antes de programarme alguna reunión” “Necesitaré una noche de la semana para mí mismo”

  1. Alinearte con tus emociones y sentimientos: 

La Dr. Dana Gionta plantea que hay unas banderas rojas o pistas de que estamos traspasando nuestros límites: discomfort y resentimiento. Ella sugiere pensar esos sentimientos como un continuum de 1 a 10. Seis de 10 es ya la zona alta. Si tu estás en la zona alta de este continuum, durante o una situación o interacción, deberías preguntarte a ti mismo, ¿Qué está causando esto? ¿Qué es lo que de esta interacción, o de las expectativas de la otra persona que me están molestando?

El resentimiento usualmente “viene de sentir que el otro se aprovechó de nosotros, o no ser apreciados”. Es frecuentemente un signo de que nos estamos empujando a nosotros mismos, o más allá de nuestros propios límites porque nos sentimos culpables (por no ser una buena hija o esposa, por ejemplo), o alguien más está imponiendo sus expectativas, puntos de vista o valores en nosotros. 

“Cuando alguien actúa en un modo que nos hace sentir incómodos, ésta es una señal para nosotros de que ellos pueden estar violando o cruzando un límite” -Gionta.

  1. Comunicar TUS necesidades (sin enfocarte en la otra persona)

Empieza tu límite con tus propias necesidades, no como tu quisieras que el otro se comportara). Ejemplo: “Yo necesito algo de espacio para responder tus mensajes de chat” en vez de “Necesito que dejes de bombardearme con textos antes de que yo tenga el chance de contestar. 

Sé directo. Con algunas personas, mantener límites sanos no requiere un diálogo directo. Usualmente este es el caso si las personas tienen estilos de comunicación similar, personalidades o puntos de vista similares ante la vida. Pero con otros, necesitas ser más directo sobre tus límites. Considera este ejemplo: “una persona considera que debatir las opiniones ajenas es una manera saludable de comunicación” pero otra persona siente esto como irrespetuoso y tenso. Hay otras veces en que tu puedes necesitar ser directo. Por ejemplo, las parejas pueden necesitar hablar acerca de cuánto tiempo ellos necesitan para mantener su sentido de sí mismos y cuánto tiempo quieren pasar juntos.

  1. Date permiso a ti mismo

Miedo, culpa y dudas son los grandes trampas potenciales. Es normal que sintamos miedo a la respuesta del otro si nosotros establecemos y reforzamos nuestros límites. Nosotros podemos sentir culpa por hablar  decir no a un miembro de la familia. Muchos creen que ellos deben ser capaces de lidiar con una situación o decir si porque ellos son unos buenos hijos o hijas, incluso cuando se sientan drenados o de alguna manera invadidos o que toman ventaja de ellos. Puede que hasta se pregunten si incluso merecen tener límites en primer lugar. 

Los límites no son solo un signo de una relación saludable. también son signo de auto respeto. Date a ti mismo permiso para establecerlos y trabaja para preservarlos.

  1. Practica auto-consciencia

Los límites son acerca de honrar tus propios sentimientos. Si tu notas a ti mismo dilatando y no sosteniendo tus límites, Gionta sugiere preguntarse: Qué ha cambiado? Considerar: “Qué estoy haciendo o qué está haciendo la otra persona?” o “Cuál es la situación elicitando que está haciéndome resentida o estresada?” entonces, meditar sobre tus opiniones: “Qué voy a hacer acerca de la situación? Sobre qué tengo control?

  1. Considera tu pasado y presente

Cómo fuiste criado en cuanto a tu rol en tu familia suele ser la razón por la que tienes obstáculos emocionales en establecer y preservar límites. Si tu has sostenido el rol de cuidador, aprendiste a enfocarte en otros, dejarte a ti mismo de lado te drena emocional y físicamente. Así, ignorar tus propias necesidades puede haberse convertido en la norma para ti. 

También piensa en las personas que te rodean, ¿tienes relaciones recíprocas con ellas? Existe un saludable toma y dame?

Más allá de las relaciones, tu ambiente puede ser poco saludable. Por ejemplo, si tu trabajo es de 8 horas al día pero tus compañeros de trabajo permanecen al menos 10 a 11, hay implícita una expectativa de ir más allá, y esto te llevará a trabajar más. Puede ser muy desafiante ser el único de pocos tratando de mantener límites saludables. De nuevo, aquí es donde sintonizar tus sentimientos y necesidades y honrarlos se vuelve crítico. 

  1. Haz de tu autocuidado una prioridad

Creo que lo que hago como psicoterapeuta tiene que ver mucho con ayudar a que las personas hagan de su autocuidado una prioridad, lo cual también involucra darte permiso a ti mismo(a) de ponerte primero. Cuando hacemos esto, “nuestra necesidad y motivación para establecer límites se fortalece”. Autocuidado también significa reconocimiento de la importancia de tus sentimientos. Estos sentimientos sirven como “importantes señales acerca de nuestro bienestar y lo que nos hace felices e infelices”

Ponerte a tí mismo primero también te da la “energía, paz mental y el panorama positivo para estar más presente con otros y estar ahí para ellos”. Y cuando nosotros estamos en un mejor lugar podemos ser una mejor esposa, madre, esposo, compañero de trabajo.

  1. Busca Apoyo

Si estás teniendo muchas dificultades con los límites, busca algún apoyo, como un grupo de apoyo, tu iglesia, coaching, terapeuta o buenos amigos. Con los amigos o familia, puedes incluso hacer un ejercicio de establecimiento mutuo de límites y responsabilizarse mutuamente. 

  1. Se asertivo

No solo basta con establecer límites; tenemos que seguirlos. Incluso cuando sabemos intelectualmente que las personas no son lectores de mente, nosotros esperamos que los otros sepan lo que nos duele o molesta. Pero ya que eso no ocurre, es importante asertivamente comunicarle a la otra persona cuando ha cruzado un límite. 

De una forma respetuosa, dejamos a la otra persona saber lo que en particular es molesto para ti y que pueden trabajar juntos para abordarlo.

Evita también la sobre explicación. En parte esto tal vez es un juego del ego que ya está listo para la defensa.  Sólo observa esto y resiste el impulso de explicar. Un “NO” claro y una frase de límite permite a la otra persona elegir cómo responder. No estamos buscando controlar a la otra persona. Estamos buscando darnos un lugar.

  1. Empieza pequeño (Baby Steps)

Como cualquier nueva habilidad, comunicar asertivamente tus límites toma práctica. Puedes empezar con un pequeño límite que no te esté amenazando, y luego incrementar a límites más desafiantes. Construir sobre tu éxito, y al principio, tratar de no tomar algo que te haga sentir abrumado.

“Establecer límites toma coraje, práctica y apoyo”, y es una habilidad que puedes masterizar.  

Te dejo algunos ejemplos de situaciones que requieren límites

  • En la vida laboral 

– Tus clientes llaman durante conocidas horas de cenar o almorzar, o después de las 9 o 10 pm cuando les has pedido que te llamen antes de las 7 pm. 

– Fuiste recientemente contratado en un cargo. Después de empezar, te encuentras a tí mismo haciendo algo completamente diferente. 

– Tu jefe te regaña repetidamente enfrente de tus compañeros de trabajo o clientes. 

– Continuamente recibes mail (o chats!) y llamadas mientras estás en tus vacaciones. 

– Eres requerido continuamente para que trabajes durante horas de trabajo o en las noches. 

– Tenías un acuerdo con tu jefe o cliente por un marco específico de tiempo o deadline para un proyecto, y después recibes exigencias para completarlo antes

– Si tu no haces exactamente lo que tu cliente desea (incluso si no le conviene), él o ella se enoja o te amenaza con irse del negocio.

– Tu familia/amigos te llaman a lo largo del día a la oficina, aunque has pedido repetidamente que ellos selecciones tiempos diferentes, o solo si es urgente.

Te tengo una noticia: aceptémoslo, no vas a atravesar estas situaciones sin sentir un profundo malestar, rabia, sentido de injusticia y desesperación. El miedo a quedarse sin empleo si hablan es el más típico que refiere la gente cuando se lo invita a darse cuenta que debe plantear sus límites en entornos laborales. Es importante que ubiques tus emociones y les des un lugar dentro de ti, las sientas, las nombres, las descargues de la manera que sientas que debes hacerlo: llorar, hablar con alguien, escribir. Pero también que puedas darte cuenta que te mereces respeto en el entorno laboral, que puedes agotar diferentes maneras de conversación asertiva, que puedes buscar áreas de recursos humanos, o que incluso, en última instancia, puedes planear tu salida de un lugar donde no te respetan ni escuchan. Habrá cosas que acomodar de la realidad material de tu vida, habrá incertidumbre, pero puede que al tomar el coraje para hacerlo, te estés dando un empujón hacia una vida mucho mejor. 

  • Con las personas cercanas

Cuando tu familia quiere solucionarte los problemas. 

Un límite claro podría ser: “Me gusta saber que deseas estar aquí para mi, pero yo quiero aprender a solucionar el problema por mi mismo(a). ¿Podría preguntarte cuando yo desee tu consejo?”

Cuando te dan consejos no pedidos. 

“Cuando tu pienses que tienes un buen consejo para ofrecerme, yo quisiera que primero me preguntarás, “¿cómo puedo ayudarte?”, antes de que me lo compartas”

“Significa mucho para mi que tu desees estar aquí para mi. Haré mi mejor esfuerzo por dejarte saber el tipo de apoyo que necesito en el momento -para que tu solo me escuches; para solucionar el problema y explorar opciones juntos; o para darme tu consejo”

Cuando opinan sobre tu físico o tus decisiones o filosofías de vida.

“Entiendo que en tu visión del mundo no estás de acuerdo con el amor entre personas del mismo sexo. Te pido no darme tu opinión sobre mi forma de amar si no te lo he pedido”

“Si no te he pedido orientación o consejo acerca de mi salud, mi peso o la forma de mi cuerpo, te pido que te abstengas de dármelos”

Los límites nos incomodan como a un niño le incomoda ducharse a cierta hora, levantarse para ir al colegio, o no gritarle a los amiguitos del salón. Los límites, las normas no nos gustan. Así no nos gusten, nadie negaría la importancia de que un niño aprenda estas cosas -para su vida y la vida en sociedad-. Alguien me decía una vez que le parecía increíble que le tuviera que poner límites a sus tíos adultos, que en reuniones familiares se sentaban a comparar la belleza o la inteligencia de las sobrinas. “Él ya tiene saber hace mucho tiempo que eso no se hace”. Pues bien, lo está haciendo contigo, y tu no tienes que recibir su mala forma de relacionarse. 

Por último, quisiera recordarles que todos, en nuestros pequeños y grandes actos, estamos construyendo sociedad. No normalicemos más la falta de empatía y los miedos a expresar nuestra verdad. No podemos hablar de amor propio y aprender a querernos si no le enseñamos a otros a querernos. Es un acto de amor propio esencial. 

Por Emma Sánchez

Deseo de ser otro. La ansiedad de status

“El sentimiento de que podríamos ser otro y no el que somos, generado por los logros superiores de aquellos que tomamos como iguales, nos provoca ansiedad y resentimiento”

Alain de Botton

Este artículo trata sobre la sensación de escasez, el discurso de carencia, esa obsesión que se filtra por los ojos y embota el cerebro de casi todas las personas de esta generación y cultura.  ¿Han sentido ustedes ese cosquilleo profundo cuando alguno de sus conocidos tiene un mejor apartamento, un mejor carro, lo ves tranquilo en sus vacaciones de lujo, se viste con el último grito de la moda, en últimas goza de todo eso que tu quisieras tener y no has podido? ¿O has sentido esa pregunta obsesiva sin respuesta que dice por qué el otro está mejor si yo también lo merezco y he hecho todo mi esfuerzo? Esa tentación ardiente de tener más, esa obligatoriedad de tener más, porque incluso si tu no quieres más, de admitirlo te mirarían extraño en la oficina, te considerarían una persona de “poco empuje”, poca ambición, todo un mediocre. E inmediatamente estarás en el cajón de los fracasados a los ojos de los demás. Pues bien, esta la angustia existencial del mundo de hoy: “la ansiedad de status”.

Alain de Botton, un filósofo y pensador de la vida cotidiana, lo analiza señalando que “en las sociedades avanzadas nos pagan salarios elevados que aparentan hacernos más ricos, pero en realidad el efecto red puede estar empobreciéndonos, al alentar en nosotros expectativas ilimitadas y mantener abierta la brecha entre lo que queremos y lo que podemos afrontar” Ahora bien, no vamos a negar, ni De Botton ni yo, las ventajas innúmeras de la civilización ambiciosa, del deseo humano de llegar más lejos, y de la increíble máquina que es el cerebro que nos aporta visión e invención para desarrollarnos.  Pero es desconcertante la manera en que estas ventajas creadas por el ser humano van de la mano con el incremento de la enfermedad mental, de la insatisfacción con la vida, del poco tiempo para todo lo importante. La “ansiedad de estatus” me parece un gran nombre para describir esta situación exasperante. Nos convertimos en ansiosos roedores del reconocimiento, el logro y las ganancias.

Si lo miramos con detenimiento estamos llenos de furor mediático por las historias de éxito de los grandes multimillonarios, que son unos pocos comparados con todas las historias de pobrezas, fracasos, angustias y sufrimientos de los que también intentaron serlo. Estos discursos inspiradores son necesarios, pero De Botton señala algo que a mí como psicóloga me parece más que cierto; “esta sociedad ha vinculado ciertos recompensas emocionales con la adquisición de bienes materiales”, y pues bien, no son los bienes materiales lo que queremos, sino estas recompensas en afecto.

En esta época de grandes cambios tecnológicos, para este autor, el aspecto más extraordinario de la escena del trabajo tal vez esté en el fin psicológico, que como dice De Botton “tiene que ver con nuestra actitud hacia el trabajo, y más específicamente con la amplia expectativa de que el trabajo puede hacernos felices y ser el centro de nuestras vidas. Y aunque parezca sorprendente, este concepto es nuevo. En la Edad Media el trabajo era una esclavitud hasta que genios creativos del renacimiento como Leonardo Da Vinci mostraron que podía ser mejor hacer un trabajo extraordinario que ser un aristócrata ocioso. La pregunta que introduce este autor es: ¿si el centro de tu bienestar y satisfacción personal está en tu trabajo, qué haces cuando te despiden, o te sientes insatisfecho?.

Algunos dirán: pero ¿Qué sería de nosotros sin nuestras expectativas de logro?. Yo los entiendo pues soy de las que considero que el trabajo me da una felicidad importante, sin la cual mi existencia se vería con su sentido un poco a la deriva. También soy de las que busca ser productiva y le da gran satisfacción los resultados exitosos. Pero el cuestionamiento cultural es tal vez éste: ¿Cuál es el logro que estamos buscando, que las personas sean felices creando y produciendo obras extraordinarias, o que las personas sean felices escalando los peldaños estructurados por la cultura ambiciosa de beneficios económicos? Porque seamos sinceros, y como plantea De Botton, “La probabilidad de alcanzar hoy el pináculo de la sociedad capitalista es sólo marginalmente mayor de lo que era hace cuatro siglos la posibilidad de ser aceptado en la nobleza francesa, aunque al menos la era aristocrática era más franca, y por lo tanto más amable acerca de las oportunidades”. Hoy la gran mayoría de las personas que ingresan a un cargo en grandes organizaciones, no consideran su labor como suficiente, y ser CEO es un título deseado, como ser el macho alfa en las comunidades de primates.

Y ustedes dirán en este punto: ¿Acaso ser competitivos no es propio de nuestra naturaleza humana?, sí, pero también lo es ser colaborativos, creativos, con ocio para el juego, el disfrute y la invención. Por ejemplo, sin la colaboración nuestra especie nunca hubiera llegado a ser lo que es hoy. Y hoy la competencia es aún más dura pues la actitud de éxito tiene que traslucirse a toda costa en muchos mínimos detalles y en todo momento; desde la sonrisa permanente, la alta jovialidad, el discurso que muestra los conocimientos (o los contactos) en los primeros diez minutos de una conversación, la extroversión sin tacha, y por supuesto una ostentación de bienes materiales propios de las personas del estatus superior. Además, sin tiempo para la relajación, el ocio creativo, el juego y el verdadero placer del estar en el presente sin preocupaciones, nuestras posibilidades de pensamiento se ven altamente reducidas.

Además, la cultura del status y la agitación, o “hustle culture” como se le está llamando ahora, también nos llena de modas que son como máscaras de las cuales no nos podemos salir para pedir permiso a obtener un balance en nuestra vida cotidiana. Como por ejemplo, la actitud del super ejecutivo actual, que aunque se promuevan cambios de paradigma del liderazgo, corre el riesgo de que el liderazgo de nuestro mundo actual no sea sino una moda impuesta, como el vestir de tacones o corbata para aparentar competencia organizacional. El liderazgo de nuestro tiempo y la consciencia corporativa, desde mi punto de vista, debería ser el que permita desarrollar en las personas esa felicidad por la creación, ese balance y tiempo para la salud mental, y por tanto deba combatir la ansiedad de estatus. Pero es muy difícil porque el brainwashing contemporaneo juega precisamente con esa ambición y “deseo de ser otro” que moviliza a tantos a esforzarse y sacrificar horas de vida y de sueño para cumplir con las corporaciones y obtener los beneficios del superhéroe de nuestro tiempo.

Hoy la mayoría de personas que son laboralmente activas sufren de ansiedad, depresión, problemas en sus relaciones, falta de tiempo para compartir con sus familias, burn-out, y el famoso síndrome del “workaholic” que lo obliga a sentir que nunca es suficiente, permitiendo que el trabajo; esa felicidad central de su vida, se le filtre por la puerta de su casa, y se instale como una invitada que llegó para quedarse en la cama matrimonial y en la habitación de los hijos. ¿Acaso eso no es un precio muy alto por los altos beneficios del estatus deseado? ¿Acaso no proviene de una falla central en nuestra autoestima que nos hace creer que no está bien ser como somos, o vivir con un poco de simpleza y mesura en nuestras metas? ¿No es un obstáculo a la tranquilidad mental necesaria para hacer algo, precisamente extraordinario? ¿No es esa una escasez, una sensación de carencia susurrando angustiada al oído y muy costosa de mantener?

Dejo al aire mis preguntas. Mis respuestas ya las conozco y han sido el factor causal que me llevó a vivir de otra manera, y a verificar que con otro estilo de vida, -el del “decrecimiento” y el respeto del tiempo-, puedo vivir sin ansiedad y hasta contar con más dinero pues soy más dueña de mis gastos, y no consumo modas por ansiedad, ni por necesidad de estatus.

Por Emma Sánchez

Todas las citas provienen del artículo “Encuentro con la verdadera identidad”, Laura Babini, Wobi Magazine, Agosto-Septiembre 2013.

La mente anticipatoria y su infelicidad

Somos los únicos seres que tienen la capacidad de predecir. Si bien hay animales que saben prepararse para un invierno, no tienen una habilidad de predicción de variables tan flexible, adaptable y desarrollada como la humana. Esta capacidad nos ha ayudado a sobrevivir y transformar nuestro mundo, y eso es grandioso. Sin embargo la mente anticipatoria de los humanos es responsable de su infelicidad.

Si bien esta es una capacidad muy útil para la supervivencia, no lo es tanto para la felicidad. ¿Por qué? pues bien, cuando anticipas estas buscando ganar control sobre una situación que previenes, pero también te estás estresando. Tu mente empieza a operar en modo supervivencia experimentando la vida como un juego de estrategia en el que tiene que garantizarse “lugares seguros” a través del hábito de la preocupación. Así nos vamos convirtiendo en preocupadores crónicos.

Sin dudarlo, la mente es más feliz cuando goza más libre del peso de la anticipación. Deja la sensación de estar en peligro y puede reentrenarse en percibir el presente con confianza, como un lugar seguro. Y por supuesto, también cuando abandona el pasado, pues rumiamos el pasado como una manera (errada) en la que creemos que al evaluarlo podremos controlar mejores variables para estar a salvo en una situación similar en el futuro. O porque nos duele algo del pasado, pero la razón de este dolor suele estar también en las expectativas de seguridad, comodidad o perfección que nos hicimos en el pasado sobre una situación, para precisamente ganar control.

Lo lamentable de esto es que entre todo este “modo supervivencia” queda relegado el presente. Y en este reside el secreto de todo. Pues solo aquí estás construyendo las causas y las condiciones para estar bien. Aquí se está jugando el partido. Aquí es el momento para sentir, para ser espontáneo, para vivir. Y todo esto contribuye a tu salud mental.

Te dejo por aquí un episodio viejito de mi podcast con algunas ideas prácticas de hábitos a construir para ayudarnos a estar más presentes en el presente.

Con amor, Emma

¿Qué he encontrado en la psicología budista?

“Las enseñanzas budistas no son una religión,

son una ciencia de la mente”

—Dalai Lama

La psicología budista no es acerca de “transformarte” o “arreglarte” para hacerte algo diferente, sino recordar quién eres en realidad. Y de esto trata el primer principio de esta psicología según el psicólogo, antiguo monje y profesor de psicología budista, Jack Kornfield, quien enseña que sembrada en el centro de las enseñanzas de Buda, está la idea de que eres un ser noble, tienes esencia búdica. Nos invita a no negar que la esencia amable y bondadosa está en todos los seres humanos. Así, desde esta base, Buda enseña un camino de entrenamiento de cambio de patrones de nuestros estados mentales aflictivos para abrir las capacidades de la mente para la liberación, que nos lleva a descubrir nuestra verdadera naturaleza. La idea esencial es probar la liberación de la mente y el corazón y apuntar a esta libertad en todas las circunstancias de nuestra vida. 

Y me gusta usar la palabra “probar” para hablar de que las enseñanzas de Buda implican un camino de experiencia, más que de reflexión. En las enseñanzas budistas lo que exploramos a través de la meditación es la posibilidad de hacer un giro que va desde la confusión del apego, el miedo, la necesidad de control, la vergüenza, etc. hacia la libertad espaciosa de una presencia tranquila y despierta en el mundo. Y así también se transforma la consciencia de nosotros mismos hacia el reconocimiento de que somos amables, capaces de compasión, interdependientes y libres del apego que causa el sufrimiento. Pero todo esto por el camino de la experiencia, del entrenamiento en las prácticas contemplativas y de atención plena. 

Y es así porque prestando atención a  nuestra mente experimentamos que la atención también transforma nuestros cuerpos físicos. La forma en que percibimos afecta todo. Si quisiéramos transformar, por ejemplo, la consciencia del cambio climático, la ambientalista budista Joanna Macy nos dice que necesitamos desear diferentes cosas, buscar diferentes cosas, atender a diferentes cosas, actuar de diferente manera para salvar nuestro planeta. Pero estamos atrapados en historias en nuestra cabeza. Lo que consideramos importante y a lo que prestamos toda nuestra atención no es revisado con consciencia. Si prestamos atención, hay otra manera de vivir. Meditar no es fácil, y en palabras de Jack Kornfield, se necesita un poco de humildad para quedarse quieto a experimentar todo el movimiento, el río de nuestro interior. 

Pero en ese quedarse quieto reside la esencia de lo que me parece fabuloso de la psicología budista. Estamos en un mundo de demasiado movimiento, mental, físico, de información, de interacciones. Movimientos veloces, procesos casi instantáneos, y por tanto, en piloto automático. El deseo de arreglar, el ajuste rápido, la mentalidad de éxito ha permeado toda nuestra vida, incluso el ámbito de la psicoterapia, que se quieren ofrecer hoy en día como métodos y técnicas eficientes y ágiles para cambiar a  las personas, moldearlas en mejores versiones de sí mismas en unas cuantas sesiones. Todo esto lo abandona la ciencia de la mente que propone el budismo. La meditación no es una actividad orientada a un logro, es un proceso. Y el poder no lo tiene el maestro de meditación, sino el meditador, quien acude al encuentro día tras día consigo mismo para experimentar la naturaleza de sus procesos mentales, y por tanto de la realidad. Es decir que su poder de transformación y liberación siempre está en él. 

Aunque en la meditación estés quieto estás sintiendo el río del movimiento de tus sentidos, de tus emociones, de tus pensamientos, de tu experiencia de vivir.

Hay un elemento en la manera en que Buda describe el mundo, y es que entre la consciencia y la experiencia del mundo existe lo que llamamos cualidades mentales que nos relacionan con la experiencia.  Algunos de ellos son poco saludables, generan dolor. Nos llevan al conflicto con el mundo. Y otros nos llevan a sentirnos conectados, tranquilos y abiertos con la experiencia del mundo. “La psicología budista hace la salud mental simple para nuestro entendimiento. La presencia de estados mentales saludables crea una mente saludable; la presencia de estados no saludables crea estrés mental, infelicidad, y enfermedad mental” dice Kornfield en su libro The wise heart.

Los estados mentales no saludables tienen tres raíces: apego, aversión e ilusión o espejismo. De estas tres raíces emergen estados de envidia, rigidez, ansiedad, aburrimiento, cinismo, egocentrismo, duda, agitación y percepción errónea. Entre más fuertes sean, más sufrimos. En su estado peor, crean psicopatología. El apego y la codicia crean adicción, la preocupación se convierte en paranoia, el cinismo en sociopatía, la aversión en odio y furia. 

Los estados mentales saludables tienen tres raíces: amor, generosidad y mindfulness. De estas tres raíces surgen estados de claridad, serenidad, insight, alegría, adaptabilidad, confianza, discreción y balance. Cada uno de estos estados crea una mente libre y feliz. Ellos crecen desde la atención plena y como la luz del sol en la niebla, la presencia de ellos disuelve los estados no saludables.  

Con la meditación la invitación es a vivir la experiencia del río de todos los estados mentales, y descansar en ella. Nos invita a confiar en que podemos descansar en la consciencia de todas las sensaciones, emociones y pensamientos que son la experiencia de la vida. Tanto los dolorosos e incómodos, como los tranquilos y felices. Y asentándonos en esa experimentación con consciencia, también comprendemos la transitoriedad de todos los estados de la vida. La impermanencia, que es el otro elemento que me parece esencial y más valioso de la psicología budista. La búsqueda de Buda es la de quitar los velos que no dejan ver la realidad, la verdad. Y la impermanencia es una gran verdad. Todo es transitorio. Por esto el ejercicio de no apegarnos a la felicidad ni tampoco a los estados de dolor se hace crucial para cultivar una vida sin sufrimiento. 

Jack Kornfield decía en una entrevista: “No importa como decidas vivir, siempre será un río de movimiento. Tendrás de todo”. Y evocaba las palabras de Helen Keller quien decía que “la vida es una aventura o nada”.

La meditación no es tratar de detener el río de la experiencia. En vez de esto hay una alternativa, descansar ahí desde un estado de apertura del corazón y consciencia, abierto y presente a la dicha y el sufrimiento de la vida. Esto termina por fortalecer al ser humano, le ofrece la consciencia de que puede existir en este mundo y sobrellevar la existencia sin miedo.

Eres feliz cuando dejas de apegarte al deseo, paras las ansias que vienen de la falsa idea de felicidad, de que estarás mejor cuando tengas eso que estás ansiando. Todas las formas de apegarse al deseo o al rechazo, al control, son maneras de detener y no vivir la experiencia de la vida.

¿Por qué no empiezas por desear así de fuerte lo que ya tienes? El problema no es el deseo, es la trampa de desear más, siempre otra cosa que te falta, y apegarte, y hasta maltratarte para conseguirla. 

Así que para mí la psicología budista es valiosa porque nos ofrece una experiencia práctica de silencio y quietud, que aunque parece simple y hasta aburrida, es compleja y te enfrenta, te pone cara a cara con los aprendizajes necesarios para dejar de sufrir. Las enseñanzas de Buda te ayudan a confiar en nuestra capacidad para estar presentes en la vida, a ser seres que podamos experimentar y dejarnos atravesar por todo lo que es la vida. La desconfianza y temor está sembrada y enquistada en el centro de la experiencia de las personas que por muchos años he visto acudir a psicoterapia, por esto cambiar el paradigma y escuchar con atención lo que Buda tuvo para ofrecernos, no como religión con prácticas doctrinales, sino como comprensión de la mente y la condición humana, me ha transformado y me ayuda a crecer, tanto -o probablemente más- que la psicología occidental.

 

Con amor, Emma.

Photo by David Bartus
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