La cultura moderna parece convertirnos cada día en seres más individualistas. La preocupación por nuestro individualismo se ha enfatizado por filósofos y teóricos culturales. Entre algunos con postura crítica que intentan advertirnos los efectos tal vez trágicos de continuar en esta línea está el renombrado Byung-Chul Han o el sociólogo Zigmunt Bauman. Por otra parte hay otros contemporáneos defendiendo que el lugar del individuo es esencial para hacer contraposición a una sociedad que quiera meter sus narices y normas en procesos de los individuos que deben ser respetados en su libertad y dignidad.
Así es como si nos mantuviéramos en una tensión infinita sobre el lugar adecuado del individuo y de lo colectivo en una sociedad justa. Y puede que para muchos haya en el mundo actual buenos ejemplos de una sincronía entre ambos que aparentemente acabaría con la disyuntiva u oposición. Por ejemplo, el movimiento Me Too, la aparición de lo colectivo, difundido y masificado por las redes sociales, en pro de los derechos de las mujeres. Si pensamos que muchos de estos movimientos basados en diferentes causas como los derechos de la comunidad LGBTIQ, o el cambio climático, están en boga, ¿podemos afirmar que la sociedad actual es individualista? ¿Y esto, cómo tiene que ver con el llamado “amor propio”?
El individualismo es una filosofía política y social que enfatiza el valor moral del individuo y hace del individuo su centro de atención. El concepto valora la independencia y la autosuficiencia y aboga por que los intereses del individuo prevalezcan sobre los de una comunidad, estado o grupo social. El individualismo está en contra de la interferencia externa en los intereses de los individuos por parte de instituciones como los gobiernos y otros actores estatales o no estatales.
Soy hija del individualismo, nací en 1982 y he vivido en la sociedad posmoderna en donde tengo libertades a las que no estaría dispuesta a renunciar. Sin embargo, lo que hizo que volviera mis ojos recientemente sobre este tema fue pensar un poco más en la idea que es trendy hoy en día, la invitación colectiva al amor propio. La comprendo y me he unido a esta propuesta porque soy terapeuta y llevo años escuchando a personas que no saben cómo amarse a sí mismas, que incluso se odian a sí mismas. Me he atrevido en ocasiones a pensar que es la herida central de toda persona que sufre cualquier trastorno de la salud mental, o problemática en su vida. He estado convencida que estas personas deben acallar sus entornos nocivos, los entornos críticos a su alrededor. Que se debe bajar el volumen de las voces externas y demandas de la sociedad para que las personas se escuchen más a sí mismas, y puedan salir a darse un lugar en el mundo. Que la sociedad no empática, ha atentado contra todes nosotres y nos debemos el derecho de poner a los demás en su sitio, un lugar afuera de tanto daño.
Pero, la cuestión no es tan simple. No somos sujetos aislados. Mientras vamos educando a una sociedad para que sea empática y amorosa, como una utopía de cuentos de hadas, la vida continua y seguimos siendo personas en el trasegar de conexiones vinculares con los demás. No existe un sujeto psicológico que no lo sea gracias a que está sostenido afectivamente por vínculos sociales. Y como todo lo que se vuelve trendy y hasta slogan deja de tener peso y se convierte en palabra vacía, también asisto de espectadora a la inundación de mensajes marketeables de “love yourself” que acaparan hasta las camisetas de las tiendas, y que se repiten como oraciones en las redes sociales, en los captions de fotos instagrameras de chicas en la playa sonriendo en un grandioso bikini, viéndose fabulosas por ayuda de excelentes filtros.
Love yourself, no escuches la mierda de los otros. Ámate y se compasiva contigo en todo momento. Todo este es el mensaje que se repite mientras a la vez no puedes evitar querer más likes en la publicación, o ansiar ganar más seguidores para tu cuenta. ¿Paradójico?.
Buscando sobre este tema me encontré con un texto del psicólogo Erich Fromm titulado Selfisshness and Self Love (egoísmo y amor propio) publicado en el Journal of Interpersonal process. El artículo me sorprendió, primero por la “y” de su titulo: no es una cosa o la otra, algo nos propone mirar lado a lado. Y segundo, también por el autor quien vivió hace muchos años, así que rematé mi sorpresa cuando vi que es un texto de 1939. Si, ¡1939! el señor Erich Fromm ya ponía en el papel un ensayo increíble sobre el Amor propio.
Y empieza contándonos de las ideas de Calvino y Kant, dos figuras influyentes en la filosofía y el pensamiento, el primero por gestor de la reforma protestante, y el segundo por aportarnos su lógica de la razón pura. Y es que no podemos dejar de lado que en la antigüedad se sembró una semilla que hasta nuestros días nos alcanza, así nos de mucha rabia: que ser egoísta es pecado y que amar a otros es virtuoso. Y nos dice Fromm que esta idea no es solo una flagrante contradicción a las prácticas de la sociedad moderna, sino que también es contrapuesta a otro conjunto de doctrinas, las que asumieron que el impulso legítimo y más poderoso en el ser humano es su egoísmo, y que cada individuo al seguir su impulso imperativo también hace su mejor aporte al bien común. Este segundo grupo de ideas fueron las que ayudó a promover otro pensador importante de la modernidad, Nietzsche. Pero la existencia de esta ideología posterior no afectó el enorme peso que tuvieron las doctrinas iniciales, tan vinculadas al cristianismo de la época, que asociaron el egoísmo como diabólico, y el amor y servicio a los otros como la principal virtud. Y como lo sintetiza Fromm, las alternativas se nos convirtieron en una disyuntiva: o amar primero a los otros como una virtud, o amarte a ti y priorizarte como un pecado y falta moral.
Decía Calvino, en su libro Institutes of Christian Religion, citado por Fromm:
“Por tanto, ni nuestra razón ni nuestra voluntad deben predominar en nuestras deliberaciones y acciones. No somos nuestros; por tanto, no nos propongamos como nuestro fin buscar lo que puede ser conveniente para nosotros según la carne. No somos nuestros; por lo tanto, dejémonos, tanto como sea posible, olvidarnos de nosotros mismos y de todo lo que es nuestro. Por el contrario, nosotros somos de Dios; a él, pues, vivamos y muramos. Porque, como es la más devastadora pestilencia que arruina a las personas que se obedecen a sí mismas, es el único refugio de salvación no saber ni querer nada por sí mismo, sino dejarse guiar por Dios que camina delante de nosotros.“
Así nos parezcan fuertes las palabras de Calvino, no olvidemos que similares han sido las de todas las religiones, y se fueron arraigando diferentes versiones de esta premisa moral que rigió por siglos a la humanidad. Además, no solo se quedaron en el ámbito del servicio a Dios, sino a los otros como vía de purificación. El deber era con el otro, y esto incluía la familia, el amo o señor feudal, la iglesia.
Nos dice Fromm: “Pero aún más importante que la sumisión a las autoridades externas fue el hecho de que las autoridades fueron interiorizados, que el hombre se convirtió en esclavo de un amo dentro de sí mismo en lugar de uno afuera” […] “Este maestro interno condujo al individuo a un trabajo incansable y a la lucha por el éxito y virtud moral, y nunca le permitió ser él mismo y disfrutar de sí mismo. Había un espíritu de desconfianza y hostilidad dirigido no sólo contra el mundo exterior, pero también hacia uno mismo”.
Por esto, la aparición de Nietzsche y con él todo un movimiento de la modernidad que buscó centrar a la sociedad en el individuo, restituir la importancia del encuentro del hombre con su propia capacidad, quitarle el carácter de pecado a las libertades individuales, fue muy importante. Nietzsche denuncia el amor y el altruismo como expresiones de debilidad y auto-negación. Para él, la búsqueda del amor es típica de los esclavos que no pueden luchar por lo que quieren y, por lo tanto, tratan de conseguirlo a través del amor. El altruismo y el amor por la humanidad es, pues, un signo de degeneración. Y aunque esto también nos suene a un brutal egotismo, vemos en la historia de los pensamientos humanos cómo necesitamos hacer contraposición desde posturas extremas y radicales. Y aunque no toda la filosofía de Nietzsche se reduzca a esto, debemos reconocer que históricamente aportó a la sublevación contra la esclavitud de nuestra negación psicológica y auto-sacrificio.
Así que aunque en tono muy reactivo, Nietzsche compartió con el mundo su visión de que hay una contradicción entre el amor a los otros y el amor a uno mismo. Aunque en sus mismas ideas luego estuvo el núcleo para resolver esta dicotomía errada. El amor que él ataca es uno que está enraizado no en la propia fuerza, sino en la propia debilidad. “El amor al prójimo es vuestro mal amor por vosotros mismos. Huís de vosotros mismos hacia vuestro prójimo y de buena gana haríais de ello una virtud. Pero entiendo su ‘altruismo”. Afirma explícitamente: “No pueden soportarse a sí mismos y no se aman suficientemente a sí mismos.”. El individuo tiene para Nietzsche un significado enormemente grande. El individuo “fuerte“ es aquel que tiene “bondad verdadera, nobleza, grandeza de alma, que no da para recibir, que no quiere sobresalir siendo amable.”
Es decir, que el corazón de sus ideas con respecto a esto, es que el amor a otra persona solo es una virtud si viene de la fuerza interna, pero es detestable si proviene de la incapacidad básica de ser uno mismo. Hermoso, ¿no?
Bueno, y ya Fromm en 1939 nos dice que se llevan años educando a los niños con frases “Don’t be selfish” (no seas egoísta) hasta impresas en carteles en las escuelas. Así que en palabras de Fromm, esta frase “se convirtió en una de las armas ideológicas más poderosas para suprimir la espontaneidad y el libre desarrollo de la personalidad”.
Y continúa: “Bajo la presión de este eslogan se le pide a uno todos los sacrificios y la sumisión completa: sólo son objetivos “desinteresados“ los que no sirven al individuo por su propio bien, sino por el bien de alguien o algo fuera de él”. Y es sorprendente esto porque tenemos aquí la evidencia del slogan de 1930, en la sociedad en que se estaba gestando el nazismo. Y ahora, nuestra sociedad se rige por el otro eslogan: “Be yourself”, ¿otra arma ideológica poderosa para restringir los alcances de la sociedad?.
Encuentro que en el ensayo de Fromm surgen las mismas preguntas que me he venido haciendo: ¿Apoya la observación psicológica la tesis de que existe una contradicción básica y el estado de alternancia entre el amor a uno mismo y el amor a los demás? ¿Es el amor por uno mismo igual al egoísmo?, ¿hay alguna diferencia o son de hecho opuestos?
De las premisas psicológicas que se plantea Erich Fromm y analizando lo que sabemos desde la psicología humana, él concluye: “no sólo los otros, pero también nosotros mismos somos el “objeto“ de nuestros sentimientos y actitudes; la actitud hacia los demás y hacia nosotros mismos, lejos de ser contradictoria, corre básicamente paralela”. El amor por los demás y el amor por nosotros mismos no son alternativas excluyentes. Tampoco son alternativas el odio hacia los demás y el odio hacia nosotros mismos. Por el contrario, se encontrará una actitud de amor por sí mismos en aquellos que son al menos capaces de amar a los demás. El odio contra uno mismo es inseparable del odio contra los demás, incluso si en la superficie parece lo contrario.
Ahora volvamos a la actualidad. Desde 1930 hasta 2022 un mundo ha cambiado, pero estas conclusiones de Fromm no. Sabemos que los problemas de autoestima están sembrados en los vínculos primarios y los entornos cercanos, con una principal influencia de aquellas interacciones vividas en la infancia. Nos amamos porque nos han amado. No podemos separar la necesidad humana de reconocimiento y apreciación venida desde afuera. Pero el mundo agitado de hoy, y tal vez la misma naturaleza humana que conlleva una buena cuota de agresividad, han hecho que nuestra autoestima sea hoy en día a veces tan difícil de construir como un rascacielos edificado por una sola persona.
Una forma aún sutil de aversión hacia uno mismo es la tendencia a la constante
autocrítica. La autocrítica es el pan de cada día para los terapeutas. Las personas viven en sus cabezas densos juicios permanentes que torturan, y que muchas veces les hacen sentir culpables por ser como son, actuar como lo hicieron o incluso desear lo que desean. Ya Fromm en 1930 nos decía que estas personas sienten que si cometen un error, descubren algo en sí mismos que no debería ser así, su autocrítica es totalmente desproporcionada con respecto a la importancia del error o la deficiencia. Deben ser perfectos de acuerdo con sus propios estándares, o al menos lo suficientemente perfectos de acuerdo con los estándares de la gente a su alrededor para que obtengan afecto y aprobación. Si sienten que lo que hicieron fue perfecto o si logran ganarse la aprobación de otras personas, se sienten a gusto. Pero cada vez que falta esto, se sienten abrumados por un sentimiento de inferioridad reprimido de otro modo.
Y desde esta realidad que nos carcome, germen de problemas y trastornos graves de salud mental es que como un nuevo Nietzsche, light y colorido en redes sociales, nos estamos hablando unos a otros invitándonos, y por qué no decirlo, hasta presionándonos a que no nos importen los estándares externos, las voces de la sociedad, de nuestras familias o entornos. Reconocemos que hemos sufrido por estándares nocivos de los que se ha aprovechado el capitalismo y el marketing. Pero, rápidamente caemos de nuevo en la misma errada dicotomía: el otro o yo. Nos queremos proponer amarnos a nosotros mismos en una suerte de autoerotismo en donde también podemos ser bastante condescendientes con nuestras limitadas perspectivas de la vida, o nuestras formas de actuar -que ya no quieren escuchar ni una crítica más de afuera- y así quedarnos inconscientemente en la comodidad de nuestros puntos ciegos, sin evaluarnos para mejorar. Evaluarnos con amor, pero finalmente todos necesitamos crecer atravesando lo incómodo de reconocernos errados.
Es decir, que al menos lo que yo percibo, es que la consigna de amarnos a nosotros enalteciendo nuestro individualismo se materializa en el mundo contemporáneo con una negación del otro que conlleva odio y enojo hacia lo externo, y que solo puede estar siendo otro síntoma de la atadura al dolor de no haber sido bien amado y reconocido por el otro. Como el adolescente que se rebela indignado queriendo negar a su madre, pero aún necesita su aprobación. Y finalmente nunca matará a su madre dentro de sí. Lo acepta con la adultez, a veces. Tal vez veo a la sociedad dando vueltas en una adolescencia. Reclamar ese derecho a costa de negar al otro, es más de lo mismo. Y fortalecer la idea de que amarse a uno mismo es excluir la crítica -la sana crítica- y tal vez buena percepción del otro sobre nosotros, también puede dejarnos en un mundo que por respeto al individualismo y aceptación total de uno mismo, se confunda con autocomplacencia y narcisismo, que implica la retira del afecto a lo externo diferente y la concentración toda en mí. Y todo este ego proviene de una herida de autoestima.
Tal vez una sanación de esta herida que traemos de siglos, sea más una invitación a aceptar la compleja interrelación de los otros y el individuo, y a amar las posibilidades que ahí se encuentran sin negar la importancia de ninguno. Por supuesto esto llevado a la vida cotidiana, se aplicaría mejor si nos educamos para construir procesos de poner límites sanos a lo externo sin culpa, y a la vez permitirnos escuchar lo externo sin angustia por nuestra imperfección. En lo que ha fallado la sociedad es en enseñarnos a amar en tal empatía que esta disyuntiva que me hace elegir ni siquiera tuviera que existir.
Por Emma Sánchez
Referencias:
Tomadas de: Fromm, E. 1939: Selfishness and Self-Love. Journal of Interpersonal Processes.Vol. 2. pp. 507-523. Washington. https://lioncel.tripod.com/sitebuildercontent/sitebuilderfiles/frommselfishnessandselflove.pdf
Citados por Fromm: Nietzsche y Calvino. Referencias en artículo anterior.