Cuando me pongo reflexiva, que es casi todo el tiempo, pienso que lo que necesita el mundo es que le gente se crea capaz, se experimente valiosa, se valide el encuentro de un lugar en la vida, en su vida, en donde ocupe su espacio de posibilidades de creación. Me ha dolido por muchos años, desde que ejerzo el oficio de psicoterapeuta, y seguramente desde que me valoro más a mi misma, ser testiga de la realidad del mundo emocional de las personas. Estamos heridos, a veces creo que sin remedio. Y es una herida de desamor hacia nosotros mismos, cosecha de la inmadurez del amor que recibimos. Fruto de una sociedad que no ha aprendido a amar.
Y esta herida no se cura de fondo y completamente, con frases motivacionales, conferencias de speakers coaches, y ni si quiera (aunque suene fuerte decirlo) con el incansable trabajo sesión tras sesión de los terapeutas. Esta herida está sembrada en la sociedad y el terreno de malos sistemas económicos y educativos, patriarcales y violentos ha ido dejando que la plaga del mal amor se esparza al igual que un virus.
A veces, cuando me pongo poética, que es frecuente, pienso que tal vez este es un viaje de la experiencia de ser humano que no puede borrarse, un camino del sendero que no puede, ni debe evitarse. Me pregunto si los terapeutas y demás encargados de la salud mental no estaremos dejando de ver algún punto en el que nos volvemos cómplices de la magnificación del terror colectivo ante la experiencia humana de la “no suficiencia”, o de los vericuetos y descensos de la autoestima, que hasta cierto punto son necesarios para crecer. Si, al darle tanta preponderancia en nuestros discursos que se han viralizado con el término cliché de “amor propio”, estaremos contribuyendo a darle un estatus de trauma a un proceso natural que en el camino de maduración y desarrollo de la vida adulta, muchos de nosotros vamos resolviendo, y que es bueno que sea a nuestro propio ritmo. Y el transito por este nos lleva a un siguiente nivel de evolución, como cuando pasamos de la dificultad de gatear a pararnos en las dos piernas y caminar. Me pregunto si en vez de acompañar desde la tranquilidad, estamos volcando angustias y empeños de transformación a la fuerza.
Tal vez es un poco de lo uno y de lo otro. La sociedad está aprendiendo a permitirse el amor y eso ha costado la reverberación del odio, pero también vamos saliendo entre movimientos sociales y activismos, poco a poco del fango más fortalecidxs y clarxs, mas resistentes y autónomxs. Nos vamos acompañando en grupos y colectividades. Nos vamos educando en salud mental y demás. Solo espero que el trending topic del “amor propio” no termine por imponernos más peso, decorarnos máscaras o enaltecer un individualismo extremo como único lugar seguro para refugiarse.
Por Emma Sánchez
